- ¡Pronto, matad al pato!- dijo el padre.

El pato había sido un regalo. Aunque al verlo evacuar comprendí que más que un regalo fue un "quítame yo eso", pues lo primero que hacía era evacuar y evacuar como acuarela, masas semilíquidas que me ensuciaban el porche del patio.

El abuelo lo bautizó con el nombre de Majín, en honor a otro Majín que recordábamos y que a él le hacía gracia especialmente.

La niña, mi niña, lo echó de menos.
- ¿Dónde está Majín?

La pena era esa, que llegase el temido momento en que mi pequeña preguntase.

Majín hacía días que había pasado por la olla del valenciano* que nos hacía cada verano una sustanciosa paella, cocinándose a fuego lento. No habían echo falta pico y pala, tan solo unos potentes fogones.

- Majín voló- le dijo el abuelo a su nietecita.

Y qué alivio migratorio del ave! El suelo del porche no volvió a lucir esas imborrables, abundantes y expansivas manchas dalilianas*.


Nota de la autora: cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.





valenciano: nacido en Valencia, ciudad costera española famosa, entre otras cosas, por su gastronomía: la paella.

dalilianas: adjetivo inventado, derivado de Dalí, renombrado pintor español de estilo cubista y muy surrealista.