Cansada ya de estar cansada de estar, cansada ya de sentir ganas de no sentir más nada, harta de taparme la boca con la almohada para soltar el grito infinito de cada día, ese que me deja sin aire y me alivia un poco la necesidad de desaparecer.
Basta, reí de repente esta mañana, me desperté riendo, riendo como loca, cada vez más, sin parar, sin sentido, sin razón, desquiciada, sin saber bien por qué lo hacía... La situación empeoraba. La risa era atroz, cada vez más fuerte, más incontenible... No podía parar de reír. Me reía de la risa, me miraba al espejo riéndome así y más me reía. Parecía que la risa se retroalimentaba a sí misma como ese adorno de movimiento continuo que siempre quise y nunca tuve... Hacia tanto que no me reía.
Las primeras carcajadas las solté dormida. Soñaba que alguien, que al despertar no pude reconocer, repetía: “No hay más café en la juguera. No hay más café en la juguera" En ese sueño, en ese estado de conciencia, se ve que esas palabras no solamente tenían sentido sino que además también me daban mucha gracia. Una vez despierta, en pleno estado de vigilia, seguía riéndome aun habiendo tomado conciencia de la falta de sentido que esas palabras tenían en el mundo real, me seguí riendo igual, del absurdo, de la incoherencia, de lo bizarro del sueño y de la situación en sí.
Me sentía plena, feliz y llena de energía. Creo que el sólo hecho de que la risa y mi propia alegría hayan sido el despertador en lugar del rutinario y latoso pitido de siempre eran motivo más que suficientes de tanta felicidad. Luego de reírme un rato más de mí propio sueño, de tratar de entenderlo e incluso de terminar avergonzada de mi misma, de lo que mi inconsciente había creado para mi me levante.
Salté de la cama y me abrace a esa alegría. Pensé inmediatamente, sin perder el buen humor, en el tiempo desperdiciado en la penumbra de mi habitación y en la mala compañía que la hacía más oscura, rutinaria, aburrida, pequeña y asfixiante cada día. Sin darme cuenta lo que alguna vez fue mi guarida, mi bunker, mi espacio, mi mundo había perdido todo su encanto. Ya no guardaba más secretos ni misterios. Ya no era mi escondite, se parecía más a un baño público que a mi antigua trinchera, se había convertido en mi karma, en mi rincón de castigo, en mi celda con guardia cárcel y todo.
No necesite más que una sonrisa en la boca para redescubrir mis tesoros, ignorando al bulto humanoide que roncaba a mi lado abracé algunas ropas viejas y con un manto de muecas sinceras (Que me encontré en el espejo) cubrí todo lo allí presente de ternura y volví a querer a ese antro y a creerlo perfecto una vez más.
Pensaba, mientras tapaba con mi mano la risa que volvía de a ratos, en las cosas por hacer y no en las cosas para hacer. Por fin volvía a pensar en mis cosas, en lo que yo quería para mí y solo para mí.
El ego inundaba mis venas, un ataque de narcisismo invadía mi cuerpo. Me miré al espejo con satisfacción y me detuve en mi mirada. Me adoré. Clavé mis ojos en mis hermosos ojos. Siempre supe que eran únicos pero nunca me lo había confesado y brillaban de nuevo esta mañana pero esta vez no por la conjuntivitis sino por la euforia de despertar feliz y con energía para hacer y deshacer este maldito planeta.
De golpe un murmullo conocido me fastidió, creo que intentó sin éxito romper el encanto con una de sus emanaciones tóxicas. Pero esta vez el vaho mundano y pedante de siempre no alcanzó para opacarme. Mi alegría fue mayor, por suerte pude ignorarlo, no me permití siquiera prestarle algo de atención. Lo desestimé como nunca, pero no con bronca ni haciendo el esfuerzo de siempre, esta vez realmente no me importó. Sentí que algo había cambiado para bien. Después me senté en el escritorio y comencé a escribir estas palabras, que en realidad ya no son mías, pero tampoco son aún de quien quiero que lo sean, ni siquiera son sino sólo palabras que quisiera que alguna vez fuesen hechos de ese alguien que quiero que sean.
Sean risas, sean ego, sean amor, sean fuerza, sean ganas. |