Se dice que en algún lugar y tiempo inciertos existió una gran
Nación. Pangea. Allí todo fluía en completa paz y armonía.
Los campos eran fértiles, los árboles daban frutos gigantescos, los animales carne tierna, los ríos agua dulce y sabrosos peces. Todo brotaba en abundancia y todos vivían en comunión.
Pangea era muy diferente a todas las demás Naciones. Allí se desconocía el concepto de organización política. No tenían líderes, ni jefes. No existían las posesiones personales y tampoco los límites territoriales. Cada cual se ocupaba de lo suyo en comunión con los demás. Las mujeres y los hombres de Pangea cuando tenían hambre salían a caminar y recolectaban los frutos que brotaban por doquier, cazaban animales, pescaban y cocinaban lo que querían y cuando querían. Allí afuera la tierra les proveía todo lo que necesitaban. Los niños jugaban y crecían felices y los adultos y los ancianos disfrutaban de sus días en paz.
No existían las casas ni las familias como las conocemos nosotros. La gente andaba generalmente desnuda, excepto algunos coquetos a los que les gustaba adornarse con pieles pero solo por mero gusto o diversión.
Cuando llovía o querían descansar las personas se guarecían en cuevas o en hogares comunitarios. Nadie tenía un lugar propio. Todos entraban y salían de las guaridas como quien entra a la casa de su madre. Ese encuentro temporal bajo el mismo techo de un grupo de personas se denominaba “guaris”
Una de las diferencias más grandes entre Pangea y la sociedad que nosotros conocemos era la forma en que se practicaba la maternidad y la paternidad.
Las mujeres en período de lactancia compartían su leche con cualquier niño lactante que la necesitara. Todos los hijos de la comunidad rotaban de madre en madre sin ningún problema. A veces se quedaban días, semanas o meses con una mujer y luego pasaban a las manos de otra por otro período de tiempo según se diera la situación y así crecían rotando de madre en madre y de guaris en guaris. Todos eran padres protectores e hijos de todos.
Cada descubrimiento, invento o hallazgo era compartido con toda la comunidad con toda felicidad y sin avaricia ni egos. Todos allí vivían como una gran familia. Y aunque la familia se hacía cada vez más y más grande la vida cotidiana no se veía contaminada por ningún vicio.
También es curioso como los habitantes de Pangea al parecer no estaban interesados por la vida espiritual, ellos no practicaban ningún tipo de culto ni rituales. No cavaban tumbas, no tenían cementerios ni nada que se les parezca.
A los muertos por enfermedades se los arrojaba al mar, al río, se los quemaba o se los enterraba sin ningún tipo de ceremonia. A la gente sana que moría espontáneamente (Por accidentes, paros cardíacos, etcétera) a veces se los trozaba y se los llevaba al bosque para que se alimenten los animales o a veces se los comía sin tapujos, como a cualquier otro alimento. Tampoco es que se andaban cazando los unos a los otros pero si, allí se aprovechaba la carne humana como cualquier otra.
En Pangea la muerte era solo un hecho anecdótico más, para ellos no escondía ningún misterio. Al parecer no les importaba “el más allá”. No estaban interesados en saber lo que había o lo que no había antes o después de la vida. Allí, como ellos decían, nadie perdía el tiempo en preguntarse lo que no podía responder.
Tampoco fraccionaban el tiempo en días, semanas ni meses. Aunque conocían muy bien los astros y los ciclos anuales ellos no lo aplicaban a su vida cotidiana. A nadie le importaba si era lunes, domingo, jueves, enero diciembre ni en qué año estaban. No les importaba cuántos años tenían, nadie sabía su cumpleaños ni celebraban nada en ninguna fecha en particular. No era costumbre. Durante todo el año gozaban de un clima ideal por lo que no se interesaban en las estaciones del año.
Así corrían los días y las noches en Pangea. Sin conflictos, ni jueces, ni abogados ni nada que se le parezca.
Qué pasó con Pangea? ¿Por qué desapareció? Cómo algo tan hermoso y perfecto, libre de todos los males, vicios y prejuicios de la humanidad ha desaparecido así como así. ¿Será que el hombre está condenado a no ser feliz? Ya les contaré.
Los Fuócfonos
Cuenta la historia que un día en Pangea una gran guaris compartió un “almuerzo.” En realidad en Pangea no se hacía distinción entre desayuno, almuerzo y cena, se llamaba almuerzo a toda gran comida independientemente del momento. Entre todos despostaron y asaron una enorme vaca. Según se cree eran unos 30 guaris allí reunidos.
Al terminar, todos los comensales fueron a la playa a disfrutar de la tarde. Pero habían olvidado apagar el fuego. Debido a ello un gran incendio se desató y miles de hectáreas frutales se quemaron. Además muchos animales a causa de la catástrofe huyeron lejos de allí.
La falta de alimento se notó muchísimo en los “meses” siguientes. Debieron organizarse guaris de cacería para poder abastecer a la comunidad de alimentos y todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para poder sobrevivir.
El vergel infinito al que estaban acostumbrados los Pangeanos había perdido casi la mitad de su extensión y no iba a ser fácil recuperarse de ese fuerte golpe.
La negligencia de estas personas había ocasionado un desastre que afectaba a toda la comunidad y a raíz de esta catástrofe empezó a recorrer por toda la nación un pánico excesivo hacia el fuego. Todo lo relacionado con el fuego era asociado a la destrucción y a la maldad.
Al cabo de un tiempo todos estos conceptos se fueron unificando y comenzó a transitar los caminos de Pangea una psicosis que acabó tomando forma de mito, la aterradora historia de Fuocfo.
Quién o qué era Fuocfo? Fuocfo era el fuego incontrolable. Fuocfo se alimentaba del descuido de los Pangeanos y provocaba destrucción y muerte a su paso. Se decía que mientras más grande era el descuido más grande era la destrucción. Eso era Fuocfo, el fuego originado por el descuido de los ciudadanos.
Aunque no había una idea uniforme las ciudades estaban plagadas de figuras y relatos sobre Fuocfo.
Gradualmente pasó de ser un concepto racional y mundano a transformarse en un ser mítico con cuerpo y forma propios.
Había quienes osaban decir que lo habían visto en las fogatas abandonadas y que tenía cabeza de vaca, torso de hombre y piernas de mujer y que respiraba y exhalaba fuego. Otros decían que habitaba en el Sol y que bajaba a la Tierra a través de los rayos oculto tras las nubes más negras.
Aparecieron guaris de fanáticos que se reunían para alimentar el mito y crecían más y más en número.
Estas guaris demonizaron a tal punto el fuego que intentaron “prohibir” totalmente su uso.
En realidad en Pangea la idea de prohibición no era la misma que la que conocemos nosotros, era algo más atenuado, por así decirlo, ya que allí este concepto ni siquiera existía. Tampoco existían las instituciones ni los instrumentos necesarios para poder articular el uso de la fuerza y llevar a cabo este acto coercitivo como lo hacen los Estados actualmente mediante su poder de policía.
Este concepto actual de prohibición iba en contra del principio de auto clausura de la prohibición que existía en Pangea, el cual podría interpretarse por nuestra cultura como “Prohibido prohibir.”
Pero debido al terrible mal ocasionado, Los fuócfonos, como se auto denominaban estos fundamentalistas de la prohibición del fuego, fueron sumando muchos adeptos y comenzaron a segregarse del resto de los habitantes de Pangea. Ellos consideraban retrogradas, irresponsables y libertinos a los que seguían utilizando el fuego en su vida cotidiana.
A raíz de todo esto este grupo cambió notablemente muchas de sus costumbres. Cocinaban con sales o comían crudos la mayoría de los alimentos.
Los fuócfonos criticaban fuertemente a las personas que no comulgaban con sus ideales y trataban de imponer esta nueva tendencia a toda Pangea. Fueron formándose poco a poco guaris exclusivas a las que solo asistían los fuócfonos. Profundizando así este proceso de segregación y separación interna dentro de la gran Nación como nunca había sucedido antes.
Si bien nadie tenía prohibida la entrada a ningún sitio lo que en la práctica acababa sucediendo era que debido a la intolerancia de los fuócfonos todas aquellas personas que no compartieran sus ideales quedaban excluidas.
La máscara
Dentro de la gran familia de Pangea existían varias costumbres que todos los habitantes respetaban. Normas de convivencia que eran conocidas por todos y que creían eran los pilares que sostenían la paz y la buena convivencia social.
No eran enseñados ni aprendidos como imposiciones, sino más bien como virtudes.
Esas normas no estaban escritas en ningún lado, todo el sistema era conducido por normas consuetudinarias, costumbres, conductas, acciones humanas, “códigos” implícitos en las relaciones sociales habituales.
Por ejemplo a la hora del almuerzo todas y cada una de las personas de las guaris aportaban algún alimento para compartir con los demás, pero nunca comían los alimentos que ellos mismos llevaban al banquete, sino que comían lo que les ofrecían los demás.
Todos hacían lo mismo garantizándole al otro un buen almuerzo. Esta costumbre era conocida como “el efecto rebote” y la aplicaban a la mayoría de los aspectos de la vida. Mientras más fuerte era el empuje más fuerte era el rebote que uno recibía. Mientras más dieran a la comunidad, mas recibirían de ella. Mientras más cuidaran a sus ancianos, mas cuidarían de ellos cuando llegaran a viejos, mientras más cuidaran a la naturaleza, más la naturaleza cuidaría de ellos.
Lógicamente había quienes aportaban menos que otros y quienes no aportaban casi nada a la comunidad pero estas personas eran mal vistas en las guaris y acababan por arreglárselas solos como podían. Pero eran los menos e igualmente debido al contexto nunca les faltaba alimento ni algún lugar para resguardarse.
Es difícil entender cómo eran las relaciones humanas en Pangea porque la sociedad que conocemos nosotros es distinta desde su seno. La familia, que es el núcleo de toda sociedad, era distinta. Podría decirse que eran todos parte de una gran familia, pero incluso esa comparación queda pobre, ya que la familia también se ve influida por las leyes del Estado que conocemos. El matrimonio por ejemplo, las sucesiones, el divorcio, la educación de los niños, etc. La familia que conocemos está determinada por las normas sociales y viceversa. Allí pasaba lo mismo, dando como resultado, una vida totalmente distinta.
La Nación estaba formada por ciudades de pocos habitantes, no solían aglomerarse en grandes urbes, más bien todo lo contrario. Cuando una ciudad crecía mucho la dividían y formaban otra más distanciada. Así era más fácil organizar ciertas cuestiones, sobre todo de urbanización.
Esporádicamente se realizaban encuentros espontáneos en lugares públicos a los que asistían los interesados y se discutían propuestas e ideas para toda la comunidad.
Estos encuentros se llamaban foros podrían asemejarse a lo que nosotros conocemos como asamblea o parlamento.
Durante el desarrollo de uno de esos foros, un artista de Pangea, un actor, llevó máscaras para que todos las usaran y pudieran así dar su opinión sin mostrar su rostro. A todos les agradó la idea y comenzó a desarrollarse la reunión. Esto se hizo habitual y cada vez que se realizaban foros la gente llevaba puesta una máscara.
Con la máscara puesta la gente quedaba sin rostro y eso les daba anonimato y el anonimato los desinhibía y comenzaron así a aparecer propuestas de lo más sinceras pero también de lo más antipáticas e individualistas. Las propuestas y críticas de los enmascarados eran más individuales que colectivas, el principio del efecto de rebote parecía no aparecer con la máscara puesta. La gente cambiaba cuando se ponía la máscara, en la guaris eran ciertas personas, pero en los foros, con la máscara puesta, eran otras.
La máscara era un filtro de empatía. Las palabras que salían de las bocas de la gente de las máscaras eran más parecidas a las palabras que salen de las bocas de los parlamentarios de Washington que a las que solían salir de los primeros participantes de los foros de las ciudades de Pangea.
En poco tiempo empezaron a aparecer distintas máscaras. Las había con dibujos de llamas y de cuernos, que eran las que llevaban puestas los fuócfonos, había otras con distintos símbolos y colores que agrupaban gente que defendía o atacaba ciertos intereses.
Así en los foros las personas se iban agrupando según el color o la forma de sus máscaras. Los foros fueron haciéndose más fuertes y grandes en número pero menos resolutivos y funcionales. Se generaban largas discusiones que casi siempre terminaban en la nada y parecían aportar más a la desunión y a la agresividad que al bien común.
Así mutó la participación pública en Pangea. Del interés por el bien común, al interés sectorial poco a poco.
Las paredes de las ciudades se veían empapadas de propagandas que los enmascarados se encargaban de promocionar por todas partes.
La convivencia en las guaris se tornaba cada vez más conflictiva. Las personas discutían y tomaban parte por uno u otro grupo de enmascarados, y en lugar de encontrar los puntos en común, profundizaban las diferencias. En lugar de remarcar las virtudes o las buenas propuestas de cada grupo, remarcaban lo malo.
Los enmascarados rojos, que se proclamaban como los celadores del fuego y las tradiciones de Pangea, asistían a los foros con grandes antorchas para provocar a los fuócfonos y marcar una clara postura antagónica y conservadora.
Hartos de las provocaciones un buen día los fuócfonos, que no se caracterizaban por ser los más tolerantes de Pangea, reaccionaron y bañaron con chorros de agua a los enmascarados rojos apagando sus antorchas y expulsándolos del foro.
La respuesta no tardó en llegar. Los rojos esa misma noche hicieron arder decenas de guaris de fuócfonos.
Todo parecía perdido, la paz, la armonía y el concepto del efecto rebote habían quedado atrás, al menos para estos grupos de enmascarados.
El cedro
La noche roja, como era conocido popularmente el desafortunado cruce entre fuócfonos y enmascarados rojos, había desatado un sin fin de hechos similares entre grupos antagónicos.
Se decidió entonces a raíz de esto en un foro que debía crearse una guardia urbana para prevenir este tipo de encontronazos.
Estos guardias deambulaban por las calles de las ciudades y se organizaban por turnos. Fueron los primeros en empezar a utilizar horarios y días fijos en Pangea.
Como patrullaban muchas horas, los guardias, ya no tenían tiempo para salir a cazar ni a cosechar alimentos, ni hacer ningún otro aporte a la comunidad más que el de control del orden urbano. Así que estos eran invitados a almorzar en las guaris sin tener que aportar nada. Todo lo que necesitaban para satisfacer sus necesidades se les era concedido por la comunidad y ellos solo se dedicaban a patrullar un cierto número de horas.
¿Cómo se articulaba esto? Sencillo. Los miembros de la guardia urbana recibían 5 piezas de madera de cedro tallada por día. Las piezas eran confeccionadas por el mejor artesano de la ciudad y eran oficializadas y dadas a conocer a toda la comunidad por el foro. Entonces los guardias en vez de llevar un alimento para el almuerzo llevaban esta pieza de madera de cedro tallada. Y quien quisiera, en lugar de escoger un alimento, podía llevarse esta pieza de madera que le serviría para canjearla en otra ocasión por alimentos u otro servicio de la misma forma en la que los guardias lo hacían.
Así comenzó a circular a modo de vale o bono el cedro, una especie de moneda de curso legal pangeana.
Debido a esto algunos pangeanos fueron cambiando la forma de comportarse dentro de las guaris. En lugar de participar de estos encuentros para almorzar o intercambiar sus servicios a modo de trueque, como siempre se había hecho en Pangea, solo se presentaban para intercambiar alimentos o servicios no por otros bienes sino por los cedros de los guardias y luego se retiraban repitiendo esto día a día e incluso varias veces al día pasando por distintas guaris con el solo fin de intercambiar bienes por cedros.
Estos codiciosos en lugar de proveerse de la ración necesaria de alimentos para compartir con sus conciudadanos en cada almuerzo del día comenzaron a sobre explotar el medio excesivamente para poder así obtener cedros y más cedros en cada guaris que se les cruzara a costa de esta sobre explotación.
Así hubo quienes fueron acumulando cedros y escondiéndolos en lugares secretos.
Luego de un tiempo, quienes más cedros habían atesorado, podían obtener todo lo que quisieran de la comunidad sin tener que retribuirle nada a nadie.
El común de la gente comenzó a molestarse por esta casta ociosa que se había generado y todos querían hacerse de los cedros de estos acumuladores.
Para protegerse y proteger también sus fortunas, los dueños de estas grandes cantidades de cedros, ofrecían a los guardias el doble que lo que le pagaban los foros, 10 cedros por día a quienes quisieran formar una guardia personal para ellos.
Así fueron formándose ejércitos personales, pagados por estos nuevos ricos, los cuales debieron refugiarse en viviendas ubicadas en parcelas individuales de tierra a los que nadie podía entrar sin su autorización.
El cedro había cambiado radicalmente a la sociedad. Ya no todos convivían en viviendas colectivas como en los inicios.
Esta clase acaudalada y avara comenzó a tomar con la fuerza de sus ejércitos más y más territorios ricos en recursos naturales, haciéndole más difícil el auto abastecimiento al resto de los miembros de la comunidad.
Los campos más fértiles estaban custodiados y eran explotados por sus dueños, aunque no personalmente, sino gracias a la fuerza de trabajo que los hombres de la comunidad ofrecían a cambio de cedros que los terratenientes les daban como retribución por sus horas de trabajo.
Como ya no era tan fácil obtener alimento, la gran mayoría de la población no tuvo otra alternativa que trabajar para los dueños de los campos, quienes les daban a cambio de su trabajo cedros que luego podrían cambiar en las guaris por alimentos. Alimentos que ellos mismos habían cosechado y que los dueños de esos campos donde trabajaban llevaban a las guaris para cambiar por cedros, aunque no personalmente, sino gracias a la fuerza de trabajo de otros hombres que ofrecían servicios de transporte a los dueños de los campos, quienes les pagaban con cedros, aunque no personalmente, ya que esos pagos los hacían los cajeros que eran contratados por los dueños de los campos, a quienes también se les pagaba con cedros.
Y así se conformó una enorme cadena de pagos que emanaba de los dueños ociosos de los campos y volvía a ellos multiplicada gracias a la fuerza de trabajo de toda la comunidad.
Las guaris se parecían más a una cadena de comida rápida que a lo que habían sido en sus orígenes.
Ya nadie llegaba a la guaris con alimentos o para ofrecer lo que sabían hacer, sino con cedros. Todo allí se manejaba así. Las personas llegaban cansadas de trabajar y pagaban con cedros su alimento. Ya no cocinaban, sino que había cocineros que cobraban por su trabajo, ya no recolectaban sino que había cosechadores pagos, ya no cazaban, no pescaban. Cada uno tenía una tarea específica y obtenían una cantidad de cedros relativa a sus horas de trabajo y todo este sistema de pagos era controlado por la casta de acumuladores que se había gestado después de aquella noche roja.
Los Nuevos Estados pangeanos
Los terratenientes fueron acaparando grandes extensiones de tierra en las que vivían todos sus trabajadores. Así se dividió a Pangea en varios Estados. Cada Estado estaba al mando de un terrateniente, a éstos se les atribuían poderes divinos y sobrenaturales para justificar así su posición.
Los ejércitos que habían formado actuaban a modo de policía, defendiendo los intereses de los jefes de cada Estado y castigando a quienes no respetaran su voluntad.
Con este nuevo modelo de organización a medida que la población crecía era cada vez más complicado sostener el bienestar social. No había trabajo para todos, las exigencias de la clase dominante eran cada vez más grandes y la desigualdad cada vez más acentuada.
Los robos de alimentos y cedros eran cada vez más habituales entre los ciudadanos de Pangea y se necesitaba cada vez más policía para controlar a la sociedad.
Como la policía se pagaba del bolsillo de los terratenientes, y éstos no querían relegar un solo cedro, tuvieron la majestuosa idea de imponer tributos a sus trabajadores para solventarla.
Bajo el pretexto de que estos policías velarían por el bien común y la seguridad de los ciudadanos hicieron que ellos mismos los financiaran.
Así fue como los jefes de Estado transfirieron a los trabajadores el gasto que les generaban sus ejércitos.
La nueva policía Estatal vigilaría las calles de Pangea haciendo valer las leyes impuestas por los Jefes de Estado. Pero ahora serían solventadas por los trabajadores. Un sistema perfecto y autosuficiente, control social a su antojo y financiado por los controlados. El sistema se solventaba solo.
Las leyes que debía aplicar la policía estatal emanaban de los foros pero estos estaban condicionados absolutamente por los Jefes de Estado, quienes sobornaban a sus miembros y manejaban los hilos desde la oscuridad.
Los tributos eran descontados directamente del pago de los trabajadores. Lo cual generó una disminución del poder adquisitivo de los ciudadanos, quienes se vieron obligados a trabajar más horas para poder recuperarse.
Pangea no era la misma, la comunidad pacifica, cooperativista y la abundancia eran parte del pasado... La riqueza natural que la gran Nación ofrecía a sus habitantes quedó atrapada en manos de unos pocos.
Las guaris desaparecieron poco a poco y fueron formándose ferias de comerciantes y artesanos en su lugar.
Los ciudadanos Vivian en desunión y en pequeños grupos. Nadie dejaba que nadie se le inmiscuyera dentro de sus viviendas, como en los orígenes de la Nación. Todos desconfiaban de todos. Lejos quedaron los días en los que toda la comunidad convivía en confianza y sin problemas.
¿Qué pasó con Pangea? Ahora ya lo sabes… |