"Desnúdame muy lenta lentamente
Desnúdame y cuéntame
que es lo que vez en mi interior
Me hago leer el porvenir y qué... "
(Miguel Mateos)







A veces, cuando me enojaba con él, podía sentir cómo el brillo de sus ojos me palpitaba en la entrepierna.
Y sonriendo, él descendía su desierto de casi metro ochenta sobre la tibia húmedad de mis labios, con esa media sonrisa, pícara, que goza vencer partidas de razón, incomprensión y cotidianidad mientras me hunde en la boca el sabor de su lengua.

Yo peleaba y él me desarmaba en un instante, me decía: ¡levántate, ven aquí!; posando su mano ancha, grande y fuerte a mitad de mi espalda.

Con su hálito me acechaba como animal en celo y me apretaba contra sí, sin quitarme los ojos de encima. Desafiante, caliente, tieso, hasta profundizar la conexión y darle ese sentido de eternidad al baile de dos cuerpos que se entregan sin contrato. Y que se lamen indiscriminadamente las cicatrices, las historias; esa mezcla ardiente del presente cogiéndose frenéticamente un pasado que ha dejado de doler y que lo reescribe sin prejuicios, sin pudor.

Al final, siempre, siempre me desarma. Ya desde el principio me desnudaba de ese modo que yo no comprendía; que aún no comprendo pero que disfruto mientras su ropa cae sobre la mía y mis pezones duros se empiezan a frotar sobre su pecho.

Su amor por mi,
Su alma,
Como elixir que le brota por los poros, me transforman en su amante, su hembra, su pupila, su sumisa, su mujer. Y me estremezco...

Con él, verdaderamente me estremezco.

Y nuestras pieles se convierten en sudario urgente, complaciente, desesperado. 

Dos enamorados sometiéndose a una lucha de deseos donde nada está prohibido. Mientras una cama brinca de lado a lado con nosotros, gimiendo, gruñendo, arañando.

Jorge me transforma, me arrebata, me equilibra, me endemonia y yo le abro mi pasión, mi lujuria, mis tropiezos, todas mis posibilidades y hasta mis silencios.

Con él, todos mis días son un baile; un hacer el amor de manera constante.

Y en noches así, como esta, cuando suavemente con las yemas de sus dedos me acaricia. Le da vuelta a esa locura nuestra que aplasta el aliento sobre la almohada, aprieta mi deseo inconmensurable contra sus caderas y ¡zas!. Me embiste con furia, con arrebato, con fervor.

Yo me entrego.
Él se entrega.
Y hacernos el amor de esta manera sospecho que es casi un milagro.

Me pierdo en él,
lo gobierno,
Le dejo gobernarme
Lo dejo hundir su bálano hinchado y febril hasta lo imposible, una, otra y otra vez.
Lo dejo estrellarse en mi como una bestia, un animal, con locura. Hasta transformarnos en esa unidad absoluta que no se permite abandonarse.