Recuerdo un lejano día de paseo con mi madre y mi hijita, que por entonces no tenía más de tres añitos.
Se le recalentaron los piececitos pues debimos de hacer unos ocho kms., parte de ellos en cuesta.
Más juiciosa que nosotras, ya muy avanzado el recorrido, entonó una más que acertada queja:
" Es demasiada caminata. Yo soy una niña pequeñita"- comunicó con una vocecita que pedía humilde y suavemente clemencia.
Nos hizo sonreír, a la par que darnos cuenta de nuestro desatino.
Ayer volvió a pasar lo mismo , excepto porque esta vez la víctima fue mi madre.
Visitamos una ciudad por primera vez y estuvimos caminando unas tres horas y media.
Mi madre, muy voluntariosa pero artrósica y con casi 80 años, nos seguía acezante y en silencio.
No entonó ninguna queja pero yo la retrotraje a aquella vez en que nos excedimos con la pequeña. Fue como un dejá vu, esta vez con una señora de edad.Nos reímos, exhaustas.
Está claro que los esfuerzos deben ajustarse a la edad y a las fuerzas.
" Soy mayor" - tenía que habernos hecho ver mi sufrida madre, que, callada, seguía nuestros pasos viendo Iglesias románicas y casas modernistas.