Lo llevé a casa y lo presenté a mis padres como mi novio. Aceptamos que en el hogar había que tratarnos con mesura y respeto. Al anochecer pasaba a verme. Decía “hola, ¡qué tal, ¡cómo te ha ido!” sonreía y contestaba “bien” Luego íbamos a la sala y mamá traía un vaso con agua de frutas. Cuando las palabras se hacían bolas en la boca, nos mirábamos como idiotas y reíamos sin motivo. Pasó un mes y mamá me decía:
—Qué serio es tu novio, siempre tan callado, ¿Así es?
Uno de esos días en que todo parecía ser la calca de los ayeres y viendo que mis padres estaban platicando en la cocina, pasé mi mano sobre su muslo. “nos van a ver” y se retiraba. Me enojó que tuviese gelatina en las venas y acaricié su pierna, subí mis yemas hasta el pubis y sobé de arriba abajo y de abajo hacia arriba… hasta que obtuve respuesta.
Él no sabía que hacer… me agradaba verlo colorado y caliente. Yo reía por las muecas que hacía de angustia y asombro. En la noche lo esperaba emocionada, pues, los días habían dejado de ser monótonos. Siempre estaba con un ojo al gato y el otro al garabato. “Por favor estate quieta” y lo dejaba un momento, para después volver. Tenía la cara enrojecida, sudorosa y su respiración acelerada.
Un día mis padres salieron y preguntó por ellos, “luego vienen” le dije y empecé mi juego de sobarle la entrepierna. Mi osadía se convirtió en temor, cuando sentí que sus manos me tomaban de las caderas y ajustaba en el arco de sus piernas. He regresado al silencio, y él a perseguirme en el sofá.
Esta noche me pondré la falda amplia.