Catalina era singular personaje de la España rural de finales de los sesenta. Un aguafuerte. Un esperpento.
Era grandota y con un punto de idiocia en la mirada. Vestía de negro y caminaba descalza por los caminos de tierra.
Recuerdo un día en que mi madre y yo, que por aquel entonces debía de tener seis o siete años, nos encaminábamos a Santa María, una propiedad rústica que trabajaba mi padre.
Yo iba delante y , al llegar al alto de la ermita, se me apareció la mujerona de grandes pies descalzos.Sí, caminaba siempre descalza.
Corrí de vuelta al amparo de mi madre.
- No voy a hacerte nada , pequeña- intentó tranquilizarme, cuando llegó a nuestra altura.
Mi madre la saludó con una sonrisa. Más yo no dejaba de inquietarme ante esa singular mujer , que era siempre amonestada por el cura en la Iglesia los domingos.
Catalina se recreaba cantando canciones religiosas en misa y se quedaba sola trinando , cuando ya todos los feligreses habían acabado para irritación del cura malhumorado que ,desde el púlpito , tronaba a voz en grito:
- Cállate ya, Catalina.
Y la parroquia reía.
Yo , atemorizada, no podía dejar de intimidarme por la visión de la mujer grandota vestida de negro y descalza que salió de la nada en el alto de la ermita.
La infeliz Catalina fue uno de mis cocos infantiles.