Soy el esclavo de la desgraciada conducta
de quedarme atrapado en el desdichado pasado.
Hoy cabeza gacha miro hacia atrás arrepentido,
dichoso de una oportunidad de ser consolado.
Cada uno se prepara a recibir lo que espera.
Cada uno encuentra solo lo que ha buscado.
Cuando ya no podemos hacer nada para cambiarlo,
entendemos que siempre estuvo en nuestras manos.
Y continuamos cabeza gacha repitiendo lo soñado.
Sentir que solo me dejas, sentir que te alejas,
y esta boca que no se atreve a gritar regresa.
Cada uno se prepara a recibir lo que espera.
Cada uno encuentra solo lo que ha buscado.
Llueve otra vez detrás de mis vacíos ojos abiertos
que te buscan inconsolables en los difusos momentos.
Aún permanece encendida ardiendo la ancestral llama,
alimentada imaginariamente por imaginarios vientos,
que sin desearlo resecaron esta ahogada garganta.
Que se quedó sin canto, que se quedó sin carcajadas,
que se quedó enmudecida, muerta a las palabras.
Aún estás en mí pero no puedo verte. Mucho menos tocarte.
La sed no se acaba. De nada sirve el amargo sabor de la cerveza
que dulce y líquida se desprende en la reseca cuenca adolorida,
cansada del amargo transcurrir de los infructuosos sollozos.
Desapareciste ante mis ojos que se cierran para buscarte,
hurgando en lo más olvidado de los embriagados recuerdos.
¡Es verdad! Que de ti mis sueños se colmaron,
desde mucho tiempo antes de reconocerte.
¡Es verdad! Que no fuiste tu quién me enamoró,
fui yo quien me ilusioné sin siquiera conocerte.
Cada uno se prepara a recibir lo que espera.
Cada uno encuentra solo lo que ha buscado.
Serás por siempre mi encantadora prisionera,
huésped fantasmal del dulce deseo en la agonía.
Porque solo en ti pude ver los clavos de mis sueños
relucientes de diamante que sujetaban las cadenas,
del hierro forjado que me encadenó a la vida.
Cada uno se prepara a recibir lo que espera.
Cada uno encuentra solo lo que ha buscado.
Sobre tu borroso rostro reluce el cristal de la esperanza
de encontrarme algún día tras la niebla que nos abraza,
y reconocernos por las tibias caricias de nuestros dedos,
como desesperados ciegos que sienten el aire que desplaza,
cuando pasa arrogante por nuestro lado la envidiable cercanía,
sin gastarse ni un puto segundo de su esperada compañía.
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