Pasados casi 3 años, desde que lo escribi, hoy toma vida otra vez, corrigiendo emociones y sensaciones---
La batalla entre el Ego y el Amor
Hace unos años me alcanzó un huracán,
de esos que sacuden tan fuerte,
que sin importarle lo que sucedía a mi alrededor
iba arrasando con todo cuanto encontraba, al paso,
hasta que finalmente, un día, se dio cuenta que
pasando la tempestad, hasta él mismo se destruía,
éste iba perdiendo la energía que lo sostenía,
hasta el punto que
se debilitaba tan solo tocando tierra.
A menudo,
el huracán avanzaba
por los senderos de mi existencia,
causando bastante daño antes de desaparecer por completo.
Fue entonces cuando pregunté, ¿Cómo podría evitarlos? ¿Tal vez existiría alguna manera de desviar su trayectoria?
Me sumergí entonces,
en algunos textos con lecturas un poco ambiguas y subjetivas, e interpreté mensajes de una que otra película fantasiosa de historias pintorescas,
encontrando una frase que decía…
“Los sueños son la mejor interpretación de nuestros sentimientos y emociones”…
Inmediatamente entendí
que debía buscar en mis sueños,
las respuestas a todo lo que no lograba descifrar en la lucidez del día.
Intenté obligar mi mente a soñar cada noche,
pretendí acelerar la actividad cerebral
invadiéndola con toda clase de recuerdos,
redibuje cada uno de ellos,
acomodé cada situación
tal como mi instinto aclamaba que sucediera,
incluso ,
llegué a crear algunos sueños
basándome en situaciones tan imaginarias como aquellas películas de estilo fantástico,
correspondiendo a hechos irreales que de ningún modo pertenecían a la realidad que conocía;
no obstante,
el huracán surgía
justo en el último momento de cada sueño,
en que los estímulos externos cobraban vida,
y, se apoderaba del melodrama tradicional
que me atacaba.
Hasta que un día,
inesperadamente enfrenté al huracán;
éste que se alimentaba de mis miedos, temores, pensamientos erróneos, del orgullo, de la indiferencia, de todos y cada uno de los invasores negativos que habitaban en mí ser;
lo combatí con una energía mayor al que éste tenía,
lo ataqué con toda la fuerza que me impulsaba,
tan es así,
que en medio de la lucha
se desató una tempestad
cargada de progresivas y violentas precipitaciones
acompañadas de
inestables rayos, truenos y relámpagos
que desestabilizaban todo lo que había a mi alrededor.
Se convirtió en una batalla
tan inhumana
que sentía casi ahogarme
y perder la respiración.
Casi, en cada instante que pasaba,
mi baja energía se consumía con intentos por luchar.
No sabía qué hacer
y cómo enfrentar ese poderoso destructor.
Pese al caos,
intervino un auxilio inimaginable,
que solo podía entrar
en una fase de sueño tan profundo,
donde ni la mente
sería capaz de reconocer una parálisis muscular;
en un estado de sueño tan insondable
donde ni el aumento de las ondas cerebrales,
ni el ritmo cardíaco
pueden hacernos experimentar
la habilidad para regular
nuestra propia temperatura corporal.
Esta ayuda silenciosa me hizo entender,
que la rabia y la impotencia,
que sentía, en aquel momento,
realmente, eran sentimientos de decepción y desilusión ante el hecho de sentirme ofendida por no saberle ganar la batalla a tan poderoso destructor.
Fue entonces cuando pedí claridad a mi mente,
para entender lo que sucedía conmigo,
¿por qué llorar se había convertido en un arma contra el huracán?,
Supe entonces,
que era la manera correcta
de liberar el dolor, la angustia y la desesperación,
Y solo con ríos de agua salada,
navegndo por encima de lo que me perturbaba,
recuperaraba mi energía y fuerza
para contrarrestar ese asesino mental que se apodera de mi razón y pensamientos,
y que sobrepasaba los instintos y la voz de mi corazón.
En la búsqueda por reconocer e interpretar esa voz;
entregué mi alma a su voluntad,
y aunque las dudas,
los recuerdos
y millones de preguntas me invadían,
solo hasta al amanecer del día siguiente,
al despertar,
me di cuenta que la única certeza que existía,
era que ese huracán
nunca dejaría de aparecer,
estaría presente en los días y en las noches,
y sólo desafiándole tras cada batalla
apalearía ante una posibilidad para ganarle.
Evidentemente,
el huracán se había apoderado de mí
en cada situación,
actuó siempre en mi contra y
terminó lastimando mi corazón,
pero sin duda,
comprendí que el motor del corazón es el amor,
el amor por si mismo,
el amor a los demás,
el amor por lo que haces,
en una palabra, Amor.
Ese amor que había
llenado mis pulmones de tanto oxigeno,
lo ocultaba bajo el más poderoso orgullo,
y dandole paso al favoritismo por el Ego
permití que éste se alimentara de todo cuanto
apetecía, convirtiéndolo en el causante de todas mis infelicidades.
Soy culpable,
de no saber enfrentarle y ganarle al Ego.
Más hoy, afronto la realidad de mi equivocación
deseándole a su corazón, que gane su propia batalla
y sea feliz aunque por los dos.
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