En toda su vida don Rogelio no ha entrado a una sala de cine. No sabe de esas cosas. No sabe de vida metropolitana, ni de congestión vehicular, ni de centros comerciales frenéticos. Él sabe de carbón, de minas y pirquenes y de viandas con cazuela al medio día.
Hoy , por primera vez, va al cine. Viajó a Concepción exclusivamente a eso.
No está demasiado emocionado, más bien curioso. Cree que no es para tanto. Por lo que le han dicho piensa que no es mas que un televisor gigante. Mas bien le entusiasma la idea de nutrir y colorear el temas de conversación con sus colegas, cuando esté de vuelta en casa y comparta con ellos su experiencia.
Siente que será refrescante poner nuevo material de dialogo a los jubilados que se reunen, de lunes a viernes en la plaza de armas, dado que el asunto de la tertulia es en esencia el mismo: reminiscencias del carbón. Un coloquio recursivo que le da sentido al pasar de sus dias austeros, que les insta a recordarse unos a otros los detalles de aquellas duras jornadas bajo la tierra húmeda y fría, reconociéndose entre si incontables pequeños y desapercibidos actos heroicos de sobrevivencia o agradeciéndose mutuamente la solidaridad en tiempos difíciles o la complicidad en momentos de juerga y burdel.
Pero hoy es día de cine. Lo invitó su nieta Sandra, la niña de sus ojos, la primera en la familia que se educó en la universidad, orgullo y redención de tres generaciones de mineros. Don Rogelio la adora. Le perdona el pircing y la convivencia con su pololo. Con ella tuvo que suavizar la mayoría de sus recalcitrantes prácticas machistas y solo a ella ha sido capaz de decirle que la ama, como no ha hecho con ningún otro miembro de la familia.
-¿Está listo, tata? - le dice Sandra- nos iremos temprano para comprar a tiempo las entradas y tener buenos asientos. La película es larga, asi que vaya al baño antes de salir, no se le olvide.
-Estoy listo m'hijita. Vamos nomás - don Rogelio toma su bastón y sube al auto con la chica. Sandra conduce con seguridad y soltura. Su abuelo la mira de reojo y se emociona en silencio. A pesar de salir a tiempo hay demasiado tráfico y llegan justo a la hora.
Para entrar a la sala de cine deben atravesar todo el centro comercial y don Rogelio se siente algo irritado entre tanta gente, luces y ruido, pero Sandra se encarga de calmarlo contándole frivolidades propias del contexto. Apuran el paso.
En la entrada le entregan a cada uno un par de lentes oscuros. Don Rogelio no entiende y mira a Sandra buscando una explicación. Sandra sonríe con malicia y le dice que no se preocupe, que es una sorpresa. Ya han apagado las luces y la chica toma del brazo a su abuelo, pero don Rogelio, acostumbrado a la oscuridad, se conduce mejor que ella y logran acomodarse en sus asientos.
Que curioso – piensa- en cierta forma es como estar en la mina...
-Ya tata, ahora póngase los lentes- dice Sandra haciendo lo propio- a ver si es solo una tele grande, como usted dice...
Don Rogelio se pone los anteojos y mira la pantalla 3D . Queda atónito, mudo, petrificado en el asiento. Abre bien los ojos para estar seguro de ver lo que cree ver. No comprende qué es este artilugio extravagante en donde objetos flotan delante suyo, objetos que están y no están a la vez. Se siente envuelto y borracho de colores, formas, música y sonidos que vienen de todos lados...
La vejiga lo traiciona y necesita ir al baño, pero a la mierda, no se perderá ni un minuto de este espectáculo único y alucinante.
Siente que Sandra toma y acaricia su mano, como un cable a tierra, y piensa: ¡vaya! ¿y como diablos voy a explicarles esto a mis colegas de la plaza? . |