Mi historia con las feministas es algo complicada, tanto como mi relación con las mujeres en general. Antes de entrar a la universidad yo tenía la firme convicción de que el feminismo era lo contrario del machismo, y que la palabra más ridícula del mundo era femicidio. ¿Pero por qué hicieron eso?, me preguntaba. Si la palabra homicidio no viene de “hombre”, viene de humano.
Hoy, rememoro eso como quien mira un escrito viejo, como una carta, un ensayo o un cuento, y comienza a notar la ridiculez de lo narrado. Y termina por morir de vergüenza ante la horrible redacción.
Durante los días anteriores al 8 de marzo –día internacional de la mujer- decidí volcarme de lleno a comprender este mundo. En Valparaíso se conmemoraría ese día con actividades que agrupaban a distintos colectivos feministas. Y ahí llegué yo, para preparar mi primera nota en un medio digital, y para enfrentarme al siempre complejo mundo de las mujeres.
El itinerario del evento traía consigo clases sobre anticoncepción natural, aborto seguro, kickboxing para defenderse de machistas -de izquierda o derecha- y una particular charla sobre el feminismo anticolonial. Todo esto, en una calurosa tarde de la maloliente plaza Echaurren en Valparaíso. Llegó harta gente, casi toda la izquierda porteña que se ubica a la izquierda del Partido Comunista.
La cita era a las tres de la tarde, y como buen novato, llegué cinco minutos antes de esa hora, como si no entendiera que las feministas también forman parte de nuestra cultura de atrasos. Estuve sentado media hora sin saber si se iban a juntar o no. A cada segundo cantaba en mi mente “se funó, se funó”. Miraba a cuanta persona con cara de feminista había. Mis prejuicios no tardaron en aparecer: Si veía a una chica con el pelo azul, era feminista. Si veía a dos mujeres de la mano, eran feministas. Si veía a una mujer con pantalones de la India, era feminista. No anduve del todo errado, pero en ningún caso tuve razón, porque cuando ya inició todo, me di cuenta que ellas no eran una tribu urbana.
Descubriendo el fuego…
Meses después, en mayo, vi a un grupo de ellas vestidas más o menos parecido. De luto. Era la colectiva la huacha feminista, que como cada día 25 en el calendario, sale a caminar en silencio en contra del femicidio.
En el congreso se discutía sobre el aborto y en la feria de avenida Argentina se expresaba en su plenitud la ley de la oferta y la demanda. En la vereda que separa ambos lugares, esas mujeres de negro iniciaban un discurso por medio de un megáfono. La bulla del día domingo en la feria evitó que escuchara todas sus palabras.
Mantuve distancia cuando se formaron en fila india y se callaron. Las personas que salían de la feria con distintas bolsas de cachureos o verduras quedaban mirando, mientras ellas ya marchaban a paso lento. Las viejas tratando de leer alguno de los carteles que sostienen estas extrañas.
Unas llevan banderas lilas con el símbolo del feminismo, otras llevan carteles que rezan frases como “El machismo mata” o “si hay maltrato, se acabó el trato”, pero a todas les cuelgan en su cuello recuadros con nombres de mujeres asesinadas. Mientras ellas avanzan, me detengo a oír a una anciana que me pregunta qué es lo que está pasando.
-Es una caminata contra el femicidio
-Ahh, yo creí que era algo del aborto. Deberían fusilar a todos esos asesinos de mujeres.
Mis ojos se transforman de somnolientos a saltones. Me despido y sigo caminando. Quedé para adentro con la viejita.
En el día de la mujer trabajadora también me ensimismé. Era la primera charla de la jornada. Ya estaba puesta una feria de las pulgas en la que los indigentes del lugar recibieron ropa gratis para el invierno. En otro sector de la plaza ya se exhibían unas fotos de mujeres a torso desnudo. Fue difícil mirarlas sin morbo, aun así creí lograrlo. Después me fui a un pastito donde sería la conversación, a un círculo en el que era el único representante del gen Y. Hablaron de la anticoncepción natural, pero antes nos hicieron presentar y dar el por qué de nuestra presencia ahí –no fue ese el momento en que me ensimismé-.
Mientras aprendía cosas acerca de la menstruación de las que mi polola no imaginaba existencia, por el lugar se apareció un compañero.
-Compañero
-hola como estay, respondí.
-qué hací acá
-nah, escuchando… sobre la menstruación… es que me interesa conocer un poco más del mundo femenino.
Imposible reflejar en un diálogo mi cara de no sé qué cresta hago aquí.
-Valiente, compañero.
Levantó sus cejas, esbozó una sonrisa y puso cara de bien por ti.
Mi compañero me dijo que era valiente, pero no era valentía lo que vivía, era un proceso contracultural en que rechazaba todas las enseñanzas tabú acerca de lo que debo saber de las mujeres. ¿Por qué no me debería meter en eso?
Claro, eso pienso ahora, porque cuando se me apareció traté de esconderme dentro de mi mochila para que nadie me viera.
La menstruación por pastillas anticonceptivas es perjudicial para la salud, decía la joven encargada de contar su experiencia con la menstruación alternativa. El ciclo de cada una es diferente, y el cuerpo de cada una es diferente, continuaba, mientras mostraba el aparato que se usa para medir los fluidos vaginales. Con este que tengo aquí en mi mano ustedes pueden comenzar a conocerse, durante los días fértiles el fluido tiene distintas características que en otros días. El espesor de los días fértiles es mayor, y si tu lo tomas entre dos dedos, lo puedes estirar como un chicle, en cambio, cuando no hay fertilidad, el líquido es menor y si lo tomas se corta. Entonces, te revisas cada tres días y lo anotas en un calendario. Este es un proceso largo, toma meses conocerse, pero luego de seis meses tú ya sabes casi con certeza cuándo puedes quedar embarazada, cuando no, y en qué día vas a menstruar.
En mi época de liceano, solía juntarme solo con hombres, hasta que en tercero medio nos separamos los humanistas de los técnicos. Tuve un nuevo curso y extrañamente me hice amigo solo de mujeres. Ellas hablaban estos temas a mis espaldas, porque cuando yo llegaba de comprar o de otro lado y escuchaba que hablaban algo relacionado con la menstruación, las miraba fijamente y ponía cara de desagrado, como si estuvieran hablando de algo sucio, y ellas se reían. De mí.
Después del día de la mujer 2014, yo también me río de ese recuerdo, y agradezco que no pensé así, cuando entrevisté por primera vez a una feminista. Pamela Riquelme, de Pan y Rosas Teresa Flores, me mostró el lado político de la lucha por los derechos de la mujer trabajadora. Patriarcado y capital, una alianza criminal, gritaban durante una marcha desde esa organización. La izquierda tenía un sesgo machista, y el feminismo estaba alejado de la izquierda, por esa razón es que nosotros nos juntamos, me decía Pamela, en la Plaza Victoria, ese mismo 8 de marzo.
Cuando descubres algo, siempre quieres más, por lo que busqué por mi cuenta otras entrevistas y otras instancias para hablar de feminismo. Me hice amigo en facebook de cuanto grupo feminista hubiera en Valparaíso. Con Natacha Gómez, conversamos más acerca de conceptos feministas y posturas políticas. ¿Por qué se diferencia homicidio y femicidio? Pregunté.
Es que hay una diferencia política que es sustancial, me dijo. De hecho, la instalación del término es una especie de triunfo político. Porque ya se ha instalado el que no existen los crímenes pasionales, que no la mató por celos, que no la mató por amor, que no la mató en un arranque de locura, sino que la mató en una actitud de violencia machista, sólo por su condición de mujer.
¿Y el capitalismo qué tiene que ver con el patriarcado?
Me imaginaba como el documentalista estadounidense Michael Moore, pero versión inversa. Porque él iba a encarar a los grandes empresarios para enrostrarles lo ambiciosos y maléficos que eran, en cambio yo, en cada entrevista veía cómo se destruía el mundo que el patriarcado había construido para mí.
En un café de plaza Sotomayor, frente a una profesora universitaria, periodista, y personaje de terror para cualquier entrevistador de pacotilla. Natacha responde mi pregunta.
Ambos son sistemas de opresión: de un cuerpo sobre otro, de un género sobre otro, de un sexo sobre otro, de una clase sobre otra. El patriarcado es capitalista y el capitalismo es patriarcal. No hay uno sin el otro.
Como te puede ganar una mujer, me decía mi primo universitario, cuando mostraba orgulloso mi tercer lugar en los promedios de sexto básico. En séptimo, procuré que una niña estúpida no me ganara, pero no fue posible, porque la de la mochila azul me dejó gran inquietud, y bajas calificaciones. No le volví a mostrar mis notas a ese primo.
La abuelita de Ángela, mi última entrevistada feminista, de la colectiva la huacha feminista, decía cada vez que una niña nacía, que pena por ella, debió ser hombre, porque este mundo está hecho para los hombres. Solo deberían nacer hombres. Ellas dicen que nosotros los hombres escribimos la historia.
Y la escribimos con sangre.
Este año ya van más de 25 femicidios contados por el servicio nacional de la mujer. Eso es lo que se escucha a nivel institucional. En la calle, durante la caminata en contra del femicidio de mayo, tres comerciantes se pusieron a conversar después de que pasaran las feministas:
-Antiguamente las mujeres pensaban que era normal que el marido llegara borracho y además exigiendo comida. Después, en la noche, querían tener relaciones; y la pobre mujer creía que eso era el matrimonio y la vida. Cualquier negación significaba un golpe. Y nosotras mismas nos encargábamos de mentir al respecto: que me caí, me tropecé. Todo por vergüenza. Pero ellos decían que tenían derecho porque eran los que traían las cosas para la comida, lo que les daba autoridad. Eso no corresponde.
-Por lo menos ahora se puede ir a un tribunal para que un hombre no siga abusando de una mujer.
-Toda la razón señora, pero yo quiero agregar algo muy importante, acá en Chile las leyes están muy mal hechas, por ejemplo: la mujer va a la justicia por violencia, y ésta le señala al marido que no se puede acercar a tantos metros, pero resulta que esa ley es absurda porque el tipo va y la asesina. No hay una protección como corresponde. Y si las leyes están mal es por culpa de los políticos que están aquí atrás (el congreso). Actualmente tenemos a una mujer como presidenta, ya está en su segundo período. Yo me pregunto ¿qué ha hecho por las mujeres? Nada.
-Yo fui maltratada, mi marido era marino de la escuela de ingeniería. Mire como me dejó la nariz de un combo que me dio. Desde Conce me vine hace veintiún años. Él no me dejó sacar nada y ahora yo estoy sola y feliz. Tengo a mis tres hijos profesionales. Nunca lo denuncié porque le tenía terror, nunca me atreví. Cuando le hice la cruz una vez, me tiró una plancha y me voló un pedazo de piel. Era malo, malo. Estaba como loco ese hombre. Gracias a Dios me liberé de él. Mi vida cambió, mis hijos crecieron, y mi vida cambió.
En un programa de televisión que con unos compañeros hicimos para la universidad, mostramos a nuestras entrevistadas feministas, un video en el que se oye la conversación anterior mientras ellas caminan de luto. Se sorprendieron y yo imaginé que no se daban cuenta de lo que provocaba su intervención, de lo que provoca el feminismo y la lucha contra el patriarcado.
Estuve en la Plaza Victoria el 25 de Junio, en pleno mundial, para entrar en la caminata. No era el único hombre. Me colgaron un cartel al cuello con el nombre de una mujer asesinada a balazos por su marido. ¿Le habrá sido infiel? ¿Se habrá metido con su mejor amigo? ¿Él pensó en las veces que vio el Morandé con Compañía con cara de caliente cuando las modelos mostraban el poto? ¿Qué derecho creía tener?
Caminé en silencio. Ángela Tobón, colombiana, después de concluir el oscuro paseo me explica exactamente lo que sentí durante el trayecto. Me dice que uno se sumerge en el silencio, que sin quererlo aparece la seriedad, la distancia. El luto. Ella dice que se alegra de ser mujer, que ha sido un proceso largo, pero que lo disfruta. Tiene la esperanza de cambiar el mundo, y cree tener la obligación de hacerlo, para no tener que escribir nuevos carteles cada mes.
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