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El Espejo

Espejo, mágico objeto que refleja el
alma de aquel que se atreva a mirarlo.

Toda mujer es bella, y aún cuando esa belleza escape a la observación de algunos, no puede engañar al imparcial espejo.

La piel de Aurora aún se encontraba húmeda por la ducha que acababa de tomar. Sentada en su tocador, mientras era alabada por su espejo, cepillaba su largo cabello negro, oscuro, hermoso, sedoso. Pasaba repetidas veces ese cepillo que su abuela le había obsequiado en su quinto cumpleaños, junto con su espejo de carey. “Abue”, como ella acostumbraba llamar a su difunta abuelita, era famosa en el vecindario en el cual vivían hacía ya bastante tiempo, debido a sus supuestos ritos sobrenaturales de los cuales la acusaban constantemente, y, por sus, aún de anciana, hermosos ojos color violeta, cuya singularidad aumentaba aún más los rumores en torno a ella.

“Abue” le había contado a Aurora toda la historia de los singulares objetos, pero de eso ya hacía un par de décadas y no la recordaba, lo único que le venía a la mente era que su bisabuela, la madre de la madre de su madre, se lo había dado también en su quinto cumpleaños a “Abue”, quién como ya se dijo, se lo regaló posteriormente a Aurora.

Aurora se miraba atentamente en aquel espejo, y ese reflejo, esa otra Aurora devolvía generosamente sus miradas. Conocía a la perfección cada poro de su cara, cada pliegue, por minúsculo que fuera; esos profundos y bellos ojos negros, ojos en los que uno se podía perder nadando en hermosura, sumergiéndose en un infinito lago de obsidiana; esa nariz pequeña y afilada, causa de la envidia eterna de sus dos hermanas mayores, que como tales, no perdían oportunidad alguna para ejecutar sus venganzas con refinamiento oriental. Sólo eran tres hermanas en la familia, Aurora, que era la menor, era sin duda la más bella y capaz de causar tortícolis a cuanto hombre se le atravesara en la calle.

Ese día, ese duchazo, ese momento, ese segundo fueron especiales… ¿Por qué? No lo sabía. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, su cara comenzó a palidecer, al igual que sus manos. Sus pupilas se dilataban lentamente, por un momento sintió el latir de su corazón en la garganta, y una eternidad trascurrió desde esa fracción de segundo hasta que sintió el siguiente latido y sus labios perdían lentamente ese color tan hermosamente natural.

Todo esto en menos de un segundo. Pero la pregunta le aterraba ¿Por qué? Continuaba ignorando la razón. Algo fuera de lo común había sucedido en el espejo, era lo único que le pasaba por la mente, pero, ¿qué era?

Todavía sin comprender lo que sucedía, posó su mano en el reflejo que observaba con asombrada concentración. Rozaba con su mano la imagen reflejada de todo lo que se encontraba a sus espaldas: la cama ya destendida para dormir, el reloj despertador que marcaba las 11:06, la rosa roja que había cortado hacía ya un rato en el jardín del vecino, una pintura de un artista local desconocido, de la cual se había enamorado a primera vista durante la exposición en la cual la había obtenido, y que colgaba de la pared sobre la cabecera de su cama; una foto suya que yacía tirada en el suelo, quizá debido a alguna corriente de aire que entró por la ventana que había dejado abierta accidentalmente.

El cielo amenazaba con llover, se podían escuchar truenos y el susurro de los árboles que se movían debido al fuerte viento que los azotaba. Por alguna extraña razón Aurora encontraba algo tenebroso en estas noches lluviosas, quizás algo ocurrido durante su niñez, pero no recordaba qué, un recuerdo vago de la casa de “Abue” rondaba su conciencia sin echar raíz. Pero, aún más que las mismas noches lluviosas, lo que simplemente la aterraba, eran los rayos, encontraba algo muy peculiar en aquellos caminos de luz que ocasionalmente comunicaban a los dioses con los mortales.

Aurora provenía de una familia supersticiosa, y acostumbraba temer a fenómenos completamente naturales, a los que les asignaba significados ocultos: el granizo, de mala suerte; al arcoiris le atribuía el desenlace de algún problema, pero el comienzo de uno mayor; y para Aurora el rayo era preludio de que algo terrible sucedería. Quizá sus temores provenían de la experiencia propia, por pláticas con amistades, ó tal vez por alguna lectura realizada en aquellos manuscritos, en su mayoría escritos en idiomas irreconocibles, que “Abue” mantenía guardados bajo llave en una gaveta de su antiquísimo armario de caoba, y que en ocasiones Aurora encontraba medio abierto y husmeaba dentro de él.

Pasó su dedo por el reflejo de ese estante donde guardaba su gran colección de libros, intentó leer los títulos semiborrados por acción del uso y el tiempo, acto en el cual fracasó, debido al mismo desgaste que éstos presentaban. Hasta que llegó al que consideraba como su favorito, “Narraciones Extraordinarias”, de E. A. Poe. Había algo misterioso en ese libro, como una fuerza magnética que la atraía hacia él cada vez que lo tomaba en sus manos, obligándola a leerlo de principio a fin.

En fin, siguió rozando con las puntas de sus dedos el reflejo de todo lo que le rodeaba en esa mágica pantalla de la realidad… y, de pronto, ¡por fin!, al fin se había dado cuenta de qué era lo que sucedía, de lo que la estaba atormentando… pero no era motivo alguno para alegrarse.

Como suele suceder, al distraerse y despejar su mente un poco, lo obvio le saltó a la vista, todo ese tiempo que estuvo buscando el motivo de su desesperación, y la respuesta estaba debajo de su nariz… su boca… esos hermosos labios eran el motivo de toda su preocupación; mientras que la Aurora de afuera tenía una cara de espanto y completo terror, su imagen reflejada en aquel espejo, esa otra boca, esos distintos labios, dibujaban una sonrisa, y no cualquier sonrisa, una sonrisa sarcástica, una sonrisa aterradora, una sonrisa sólo comparable con aquella de “Johnny” en “The Shining”, de Stanley Kubrick, en la famosa escena en la cual “Johnny” asoma su ya desquiciada cara por la puerta destruida a hachazos; una sonrisa sádica, una sonrisa que disfrutaba de ver a la Aurora de carne y hueso con un rictus de total terror.

Una persona que en ese momento entrara a su habitación y la viera, pensaría que Aurora estaba inerte, con los ojos hundidos en sus cuencas, aquellos ojos que hace apenas unos cuantos segundos eran los más hermosos del planeta y los más llenos de vida, ahora carecían por completo de ella, ese negro intenso, profundo y bello iba perdiendo poco a poco su intensidad; su tez morena ahora lucía de un color amarillo cadavérico.

Sólo Dios sabe si por unos instantes Aurora realmente estuvo muerta, sólo Él lo sabe. Lo único que puedo decir es que aún con esa apariencia de ultratumba movió su dedo índice hacia esos otros labios, hacia esa sonrisa demoníaca que parecía embellecerse y colorearse con una tonalidad roja sangrienta entre más vida perdía la Aurora de fuera del espejo. Cuando su dedo alcanzó la imagen reflejada de esos labios, su corazón volvió a detenerse… ese artefacto llamado espejo, tan bello y tan real, tan misterioso y tan imparcial, y sobre todo, siempre tan ¡FRÍO! El espejo se había sentido caliente, y no cualquier parte del espejo, sino sólo una pequeña parte de él, el área en la cual se encontraban reflejados aquellos embellecidos labios, humeaba.

Retiró su dedo del espejo y lo acercó a su cara fría como hielo y aparentemente carente de vida. Bajó su mirada para observar sus manos, aquellas manos que apenas unos instantes atrás eran tan firmes, tan bellas, ahora se veían pálidas y raquíticas.

No sé cómo es que aún se movía ese montón de huesos apenas recubiertos con unas carnes flacas y una piel sin color. Era simplemente un cadáver viviente.

Aurora levantó la mirada, mirando de nuevo aquel diabólico espejo. Sus labios ya no eran los únicos que poseían tanta belleza, su cara entera irradiaba esa hermosura increíble, que ni en sus mejores momentos Aurora había poseído. Pero no había explicación. ¿Cómo era posible hacer aún más bella la imagen de una diosa romana? No había cambiado nada en especial, su negro y hermoso cabello, su nariz pequeña y afilada, su tez morena parecían ser los mismos que hace unos segundos la Aurora de carne y hueso tenía. Pero había algo, algo indescriptible que la hacía distinta, y por alguna razón más bella, más especial, como el manzano común y corriente que llamó la atención a Eva en el Paraíso Terrenal, de aquél manzano sólo una manzana la había tentado, una manzana que en sí seguía siendo igual a las demás, pero era la manzana de la perdición.

Esta imagen tan tentadora de Aurora, ahora parecía salir del espejo de tanta vida que irradiaba.

La demacración de Aurora, iba en aumento, aunque pareciese ya imposible de agrandar. Cada décima, cada centésima, cada milésima de segundo que trascurría, Aurora perdía otra de las ya pocas gotitas que le restaban de aquel océano de vitalidad que hace unos momentos poseía.

Un rayo hizo retumbar la casa.

Y, de pronto, de la nada, dos sonidos se le sumaron al del rayo en la habitación de Aurora, dos sonidos sin precedentes, dos sonidos que se unían y creaban dos polos opuestos, dos polos que indicaban Ying-Yang, Agua y Fuego, Norte y Sur, Blanco y Negro, Cielo y Tierra, Paraíso e Infierno… Vida y Muerte.

El primero, el de un cuerpo que azotaba el suelo, y provenía de la alfombra púrpura que se encontraba en el suelo de la recámara de Aurora.

El segundo, una risa demoníaca, y provenía de aquel rostro de ojos violetas, que habitaba El Espejo.

Texto agregado el 27-09-2004, y leído por 717 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-01-2005 A mi tb me gusta. Me hace pensar en el genero fantasia clasica digamos del siglo XIX. Muy bien! el_piano_viejo
30-12-2004 Pues a mi me ha gustado. Ha centrado mi interés y curiosidad desde el principio hasta el final. Un saludo y mis estrellas. ABLaiaLBA
19-10-2004 Este si es mio. La idea es clara y me parece buena, pero le falta hay muchas sorpresas en cuanto a la escritura es decir, faltan conectores de narracion o algo asi. Dyada
 
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