La luces dejaron
de atacar mis ojos.
Como un atardecer
se fueron opacando,
hasta diluirse y confundirse
con la nada.

Me tomé la libertad
de que mis pensamientos les siguieran,
ocultos en rojizos resplandores
que prometían,
detener mi reloj.

Con la mente en blanco
pensé que el tiempo no importaba.
Ingenua creencia.
Su dominio sobre mi, nunca acabó.
Nunca acabará.
Pegajoso me seguía.
Atándome con cadenas invisibles,
demostrando su poder.

Sigo buscando llaves,
una puerta lateral,
el escape.
Aliada perfecta, la penumbra.
Agazapado espero el instante
para saltar.