En un momento del paseo
nos tuvo que visitar el diluvio.
Tenía un cigarrillo entre los dedos
que las lágrimas del tiempo,
los cantos, las horas y el ruido turbio,
apagaron cual memoria y deseo.

Guardaba en el bolsillo del pecho
un poco de fuego
que pensé bastaría
para el resto de la travesía.
Pero no escampaba
y el monzón castigaba la afrenta:
un fuego náufrago y violeta
se lamentaba desde mi mirada.

El frío es inclemente;
el corazón, un laberinto,
una prisión helada,
la traición que se descongelaba.
Lo sincero es caliente;
el viento, una síntesis:
un Noé barbudo, exhausto,
hambriento y sediento,
sonríe tras ver a Sancho y Quijano,
y enciende de nuevo el cigarro
que se agota bajo el fervor
del viejo y eterno sol.