Con creciente interés y fruición he leído “Relatos de fantasmas” de Edith Wharton. No creo en los fantasmas, nunca he visto ni se me ha aparecido alguno; sin embargo, no dudo que existen fuerzas o energías desconocidas que pueden generar algún tipo de manifestación física, capaz de considerarse originada por un fantasma o alguien ya desaparecido.
La realidad cotidiana, la del día a día, con o sin fortuna, es muy prosaica, nos mantiene con los pies plantados en el suelo, agobia con todas las actividades comunes a las que nos hemos obligado por el entorno en que nos ha tocado o decidimos vivir. Sé bien que algunas veces el azar, permite presenciar o percibir hechos que sobrepasan esa realidad anodina en la que pululamos, y es entonces cuando accedemos a esa otra realidad, una realidad casi mágica, un paréntesis en lo cotidiano, donde todo puede acontecer. Ello no implica que en los hechos presenciados o situaciones vividas, haya un fantasma o un muerto involucrado.
Hace unos días, un tío me contó con lujo de detalles haber conversado y saludado de mano al sacristán de la iglesia cercana donde acude todos los domingos a escuchar misa; le preguntó por su salud e intercambiaron algunos chascarrillos. Días después, por medio de algunos vecinos “comunicativos”, se enteró que el hombre había muerto un par de semanas antes de haber platicado con él y que tiempo atrás, había declarado no querer separarse nunca de su actividad en el templo. No dudo de sus palabras ni de la experiencia vivida, pero ¿podríamos considerar realmente que mi tío platicó con un muerto o un fantasma?...
La energía que conserva cada individuo, sitio u objeto, una vez liberada, quizá se mantenga latente en diferentes formas y se manifieste de alguna manera en la realidad cotidiana (que habría que considerar si es realmente la realidad), cuando menos para los que tienen o poseen la capacidad para percibirla. Un primo mío, muy cercano, asegura tener la facultad de presentir hechos que están por suceder y que no presagian nada bueno.
Prefiero la cotidiana y anodina realidad, la simpleza de mi vida y la dureza de los hechos; aunque no deploro cuando me topo con algún chispazo o resquicio maravilloso de esa realidad (que los hay). De existir de veras, no me gustaría ver fantasmas o muertos que de algún modo han logrado salir de su tumba o acceder al plano físico. No creo en muertos, fantasmas, zombies, vampiros, etc, pero acepto que me darían mucho miedo, como me lo dan los entes de las pelis de terror o algunos personajes de Stephen King, Charles Dickens, Lovecraft u otros, y ahora los de los relatos de Edith Wharton, porque son fantasmas muy creíbles, esbozados apenas, que irrumpen en la realidad casi sin sentir, sin hacer ruido, intentando pasar desapercibidos lo más posible.
Ahí están, agazapados en alguna habitación oscura, una tumba abandonada, una esperanza de amor truncada por la muerte, un universo paralelo, un par de ojos que nos observan y aparecen o desaparecen sin explicación alguna, alguien conocido que vemos a diario pero que no sabemos si transita por la vida o la muerte.
Edith Wharton en su niñez, fue enfermiza y tímida; le asustaban los cuentos y los libros de fantasmas. Fueron necesarios muchos años, para que el temor innato que sentía en los umbrales de las casas, pudiera ser vencido. Reconozco que varias de sus historias me han dejado en verdad asustado. Por favor, si las leen, háganlo a plena luz.
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