Terapias bizarras del Doctor Amor.
Necesitaba una terapia de choque. Su belleza había sido el freno de su existencia. Ya ven: la suerte de las feas las guapas la desean. No es que uno se considere el Freud de
La Mancha , simplemente, apañadico. Seguro que al final me lo agradecería. Paulatinamente la fui introduciendo en el mundo bizarro de la noche. Lo típico después de las copas, hubiera sido el magreo automovilístico correspondiente y cada mochuelo a su olivo. Aquí paz y después gloria. Amén. Pero medió una copita de ojén.
Accedió. Además de guapa era curiosa, hasta el punto de consistir su debilidad. Me sentía aquella noche inspirado, posiblemente también por el ojén. Que según dicen- el ojén- ahuyenta la impotencia. Con aquella chica íbamos a hacer el más difícil todavía: la superación de uno mismo. Cuando le dije de tomarnos la siguiente copa en un burdel, su mirada desmintió su negativa.
Fue un proceso gradual. Y qué tenía que perder ella- me pregunté.
Departiendo en la barra, tras una entrada más que triunfal en un puti-club de la zona, pronto llamó la atención de las meretrices. Lo tenía estudiado. Era cuestión de tiempo que se acercara alguna bollera ante tamaña beldad. Fue otra vez el ojén, que resulta que tenían en aquel lupanar.
- Alejemos el espectro de la impotencia- que dijera Cela, antes que yo, en La Colmena, pero que me apunté por no estar entre literatos-, cuando vi que aquello caminaba ineluctablemente en una dirección, que no podía ser otra que una habitación de hotel.
El caso es que acabamos en la habitación con la tía más buena que había en el lupanar de “La aviación”- que así se llamaba el local.
Total: con el nuevo año tenía que presentarse nuevamente en el despacho de abogados donde trabajaba como secretaria, por lo que desapareciendo de escena rápidamente (calculé) no dejaría mucho rastro de aquel escarceo por allí. Otra vez a su anodino trabajo en un bufete y así hasta las vacaciones siguientes. Aquella víspera de año nuevo haría de ella una mujer distinta. Y así fue.
Se pueden imaginar: aquel mundo novedoso al final le fascinó. El sexo entre mujeres es más natural, dentro de lo que cabe, que entre hombres. Y más con aquel monumento. Teníamos en la cama, nada más y nada menos que a la madame del local, a la reina de las putas, a una señora que no descontextualizaría ningún otro lugar.
Claro, su madre no me lo perdonó (nunca supe cómo lo descubrió), ni me lo perdonaría jamás. Hasta en su lecho de muerte me lo recriminó. Iba por ahí lanzando diatribas por todo el pueblo, contra un particular.
Pero estoy seguro que entre exhorto y exhorto-, la procuradora “belleza sólo”, y entonces también “amor”, tuvo siempre un ratito feliz en el que se acordaba un poco de mí.
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