Bajo el amparo de los tenues rayos del sol matutino caminé entre los furgones y vagones, que permanecen detenidos con productos no perecederos por un conflicto laboral entre maestros disidentes y autoridades estatales, en Michoacán, México. El bloqueo ya se ha prolongado por veinte días, suman ya 390 trenes varados que no pueden cargar ni descargar más de tres millones de toneladas de diversos productos, lo que ha ocasionado cuantiosas pérdidas económicas.
Si bien es cierto, los maestros no muestran un cariz violento, han ido perdiendo respaldo popular, han afectado el comercio y el turismo de la capital michoacana que es cuna de bellísimas construcciones coloniales religiosas, teatros y otros monumentos, y de una gran gastronomía local.
Hoy es viernes, en camiones de redilas empiezan a llegan más maestros en apoyo a sus compañeros, bromean, ironizan, se ponen al tanto de los últimas pláticas, y después se dispersan buscando un cómodo lugar entre las sombras de eucaliptos y robles. Las hojas del periódico que traía consigo uno de ellos, se las llevan el viento, hasta incrustarse curiosamente en el escudo protector de un intimidante policía antimotín.
Comprendo, pero lamento el silencio y apatía de autoridades por resolver este grave conflicto.
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