La vida me dio mi primer aliento y se llevará el último de mis suspiros.
La vida, miró por encima de su hombro, me regaló una felicidad a medias; una felicidad prestada que tenía fecha de caducidad. Y se echó a reír, se burló con ganas de mis lamentos.
Perdí a las personas y a las cosas que atesoré con tanto celo, y la vida me dio esperanzas, me hice dependiente del anhelo, de querer y sufrir en silencio.
Regué con todo el amor que pude a los seres –en quienes deposité mi confianza y mi esperanza-; e hicieron de mis intentos una bola de papel arrugada y la lanzaron a la deriva. Y la vida, me dejó a la deriva.
Di lo mejor de mí, intenté de las mil formas resolver los problemas de otros –desde el fondo de mi alma quería que fuesen felices y muy egoístamente; que tuviesen tiempo para mí. Y, aun así, me dieron la espalda, como la vida.
Traté a los otros de la misma forma en que me gustaría ser tratada. Pero fui el objeto de juego de pobres y ricos, de letrados e iletrados, de santos y pecadores, de buenos y malos, y de la vida, por supuesto.
Me dijeron que debía cambiar, mis gustos, mis aficiones, mis hobbies, mi personalidad e incluso mi apariencia, cambié tanto que me volví irreconocible, hasta para mí misma. Y, nunca estuvieron conformes. No fue suficiente.
Me sentí impotente, desprecié todo de mí; y cuando me di cuenta, yo no era la que estaba equivocada. Son las personas y la vida, quienes no pueden con sus incapacidades, defectos y errores que intentaron concentrar sus faltas en mí.
¿Cuándo podía ser realmente feliz? ¿Cuándo dejaría de ser un mísero objeto que toman y dejan a su antojo? ¿Cuándo la vida tendría significado? Si el entorno es tan miserable, que los intereses propios pierden sentido.
A final de cuentas, ya era tarde y la vida se robaría el último de mis suspiros, tal cual como el primero.
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