Acostumbrada a los callejones
sin salida, en los que se esfumaba
ligera como la sombra esquinera.
Aquella noche olvido sus herramientas,
presagio e incertidumbre.
Cual gata trepo como nacida para ello.
Muy ágil y sin ruido alguno, se adentró
al oscuro objetivo.
Ya en el apartamento
olfateaba con sus
ojos cada rincón y,
en un imprevisto descuido,
ciega de confianza,
en un dos por tres le echaron mano.
Como pudo, en un forcejeo
se liberó del yugo, salto
hacia la ventana, se encendió la luz y,
en cuestión de un giro para
persuadirse de quien fue el apretón;
fue atracada, si atracada,
por una cleptómana sonrisa.