Toda la vida pensando que el margen del gusto era completamente libérrimo, lo que habría de alguna manera algún resquicio a la posibilidad de noviar, cuando de repente me lo encuentro. Allí y en latín. Aquella librería de viejo cambió completamente mi perspectiva sobre las cosas. De repente el margen de maniobra que me abría su inexistencia se cerró.
En lugar de echar la carta- que era la misión original que llevaba- al correo, la arrugué. Era evidente que también en esto se me habían adelantado. Y efectivamente, como pude comprobar aquella misma noche, todo estaba catalogado. Había patrones según los cuales uno era feo impepinablemente con independencia de las apreciaciones particulares. En aquel primer capítulo venían los márgenes de belleza que no se podían soslayar. Pero lo que más me llamó la atención no fue precisamente esto. El autor de la obra se había permitido pontificar sobre todo lo que le había venido en gana. Y no era que se pusiera fin definitivo a la subjetividad, sino, lo que era aún peor, que no se pudiera objetar su posibilidad. Allí lo decía bien claro: escrito sobre los gustos, de un tal Gaélico Layo. En adelante a la letanía "sobre gustos no hay nada escrito", como argumento inobjetable, se le había puesto fin, por lo menos de cara a mi psique. Había objetividad en todo, hasta en la manera de freír dos huevos. Allí lo decía: aceite bien caliente y sal sólo sobre la yema. Lo demás era una tortilla según Gaélico.
Se permitía el tío también hablar de criterios para elucidar cuándo estábamos ante una tía buena- al margen aspectos morales- y cuándo no. Y así quinientas páginas seguidas, en las que no faltaban determinaciones entre los límites entre la estulticia y la brillantez. Hacía falta más imaginación para componer aquel escrito que para escribir cien años de soledad.
Pero lo que me descolocó totalmente fue su opúsculo final. Según el cual se despachaba el tío, y cito textualmente: " No empecen, todo ello, los gustos y apreciaciones del particular". Y todo después de quinientas páginas. Para desperar.
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