Con mi amigo Mijo todos los veranos acostumbrábamos a visitar playa "Cavancha"; e íbamos especialmente cuando se encontraba con bandera roja. Este vistoso y ondeante estandarte anunciaba a los cuatro vientos que la costa se encontraba no apta para el baño, generalmente debido a un salvaje oleaje, y solo era recomendable usar las instalaciones para descanso o bronceado.
Pero extraoficialmente, también indicaba que las mejores olas del verano llegaban junto a las rebeldes mareas. Allí es donde los surfistas, y cuanto amante de deportes extremos arribaban a la costa para practicar sus disciplinas deportivas.
Con Mijo solíamos nadar hasta donde nacían las grandes olas, y desde allí braceábamos bajando desde las espumosas crestas. Hábilmente tomábamos "el tubo" que formaba las salinas aguas, para luego caer en picada a toda velocidad aprovechando el movimiento de la corriente, y finalmente llegar hasta la orilla de la playa.
Era una actividad algo peligrosa; pero el secreto para no terminar estrellándose contra las rocas del suelo marino, consistía en mantener los músculos del cuerpo rígidos como una tabla de surf; ambos brazos pegados a los costados, moviendo solo las piernas para dar impulso y dirección.
Mi amigo era un nadador por excelencia, y yo a pesar de no serlo, aprendí que la mejor manera de evitar ahogarse, es simplemente no perder el control; flotar es algo natural, y es lo primero que aprendes en el útero.
_ Hoy la corriente de verdad está peligrosa_ Dijo Mijo manteniéndose a flote a mi lado.
_ Aprovechemos la última ola y nos vamos a comer algo_ Respondí mirando la costa.
_ ¡Yo primero; te espero en la orilla!_ Clamó alegremente mi amigo nadando con rapidez para bajar por la "panza" de una gran y ruidosa ola. Lo vi perderse entre los continuos remolinos del agua salada, y tras algunos segundos emergió cerca de la orilla.
Estaba por salir cuando escuché los gritos de auxilio_ ¡Ayuda!... ¡Ayúdame por favor!..._ Eran alaridos de pánico y desesperación, provenían desde muy atrás donde yo estaba.
Para ser sincero, pensé que no podría hacer mucho, si alguien se estaba ahogando. El mar estaba muy "picado", y además no era un nadador experimentado.
_ ¡Ayúdame por favor!... ¡No quiero morir!_ Comencé a nadar mar adentro mientras pensaba "que mierda estoy haciendo", calculaba que el fondo marino debía estar a unos cinco o seis metros abajo de nosotros, y llegar con este oleaje a la orilla sería casi imposible.
_ ¡Toma mi mano!_ Grité al verla_ ¡Mueve las piernas que la corriente te está alejando de la costa!
_ ¡No me dejes morir!_ Desesperada vociferaba la adolescente tratando de mantenerse a flote.
_ ¡No tomes mi cuello que nos hundiremos!_ Dije cuando por fin me dio alcance. Como pude tomé su brazo con fuerzas, y comenzamos a nadar hacia la playa. Para ese minuto ya habían personas aglomerándose en la orilla, llamando a los salvavidas.
_ ¡Oye escúchame!_ Dije jadeante y cansado_ Ahora pasaremos por donde revientan las olas, y es el camino más peligroso, pero si lográbamos pasar nos salvamos. ¡Escúchame bien!... Debes mover tus piernas con fuerza; si viene una ola no debes doblar tu cuerpo, si lo haces te ahogarás.
_ ¡No me sueltes, no me dejes morir por favor!
_ ¡No lo haré!_ Logramos pasar dos de tres grandes olas; la tercera no tuvo piedad de nosotros, y nos hizo sentir toda la incontrolable furia del océano; literalmente tenía la fuerza de un tren desbocado.
La incontrolable corriente hizo que nos separáramos, y me llevó hasta el fondo marino donde afortunadamente había un banco de arena que atenuó la rápida caída. Tras unos segundos de desorientación nadé hacia la superficie.
_ ¡¿Donde estás?!_ Gritaba desesperado; a lo lejos los primeros salvavidas se lanzaban al agua.
_ ¡¿Donde estás??... ¡Háblame!_ Me sumergí y la divisé flotando inconsciente. Nuevamente tomé sus brazos y juntos volvimos a subir.
_ ¡Despierta... Ya falta poco!... ¡Mueve las piernas!... _ Apreté su vientre antes que ella vomitara agua salada y comenzara a toser. Fueron los veinte minutos más desesperantes de mi vida.
Jadeante y completamente agotado, me dejé caer sobre la tibia arena de la costa, agradeciendo el estar aun con vida. Mijo a mi lado algo decía, pero yo no entendía una mierda.
_ Necesito un cigarrillo_ Dije temblando.
_ ¡Jorge tienes toda la espalda arañada!_ Respondió Mijo riendo_ Parece como si hubieras peleado con un gato.
_ Lo que necesito es recuperar el aliento_ Trate de encender un cigarrillo con las manos mojadas.
Fumaba aún nervioso cuando volví a escuchar la voz_ Gracias por salvar mi vida_ Agradeció aquella asustada adolescente; venía junto a lo que parecía su progenitora, y al igual que yo, aún conservaba en su mirada rasgos del terror vivido.
Hasta el día de hoy trato de recordar que fue lo que dije; y a pesar de mis esfuerzos no recuerdo nada de aquella breve conversación. Solo mantengo en mi memoria el agradecimiento infinito que había en los ojos de su madre. Espero que después de aquella trágica experiencia, haya hecho de su vida un lugar agradable en el cual habitar.
Nunca pregunté su nombre, y si lo hice no lo recuerdo.
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