Averiguando cosas en una habitación
De todos los hechos sorpresivos y extraños que me habían pasado, recuerdo especialmente este que me aconteció en los primeros años luego de egresar de la universidad. Debo decir que el incidente no fue precisamente un poco después de la mayoría de edad, y podría agregar que me aconteció en la juventud madura, o dicho de otro modo pasó en un punto en mi vida donde la paciencia comenzaba a faltarme. Tal vez me acontecía esto debido a la edad o el desgaste que esta provoca en una experiencia vital a tambor batiente que presumo es la mía.
El tema de la desorientación por causas biológicas, o entendido como producido por causas neurológicas, era nuevo en ese momento para mí. No quiero decir que eran unos síntomas clínicos o de otro tenor que ameritarían la visita a un médico, no. Las causas a las que aludo estaban conformadas primero por un posible “desmayo” donde funcionaba con “piloto automático” para seguir “prendido” a la realidad, y para que las personas que me conocen no notaran nada especial y diferente en mi comportamiento. O tal vez podría decir que eso que me pasaba era un lapsus mental no tan prolongado, y totalmente pasajero. Y aseguro la veracidad de esto casi sin temor a equivocarme ahora que emprendo este pequeño relato autobiográfico sobre una parte de mi deambular por este mundo. El hecho es que se me apago mi “cpu” aquella siesta-tarde, y a ese respecto tuve que volver a reiniciar esta “máquina falible” que llaman conciencia algunos, y otros la clasifican como “cerebro”.
Algunos datos de la situación eran evidentes, y otros pormenores los averiguaría con el transcurso de las horas y de los días en ese lugar donde sucedía ese mi revelador auto-hallazgo personal. Entonces empiezo diciendo que ese lugar donde estaba era por lo menos limpio y cómodo.
Cuento primero que: me encontré sentado sobre un sillón del recibidor en una habitación bien lujosa y amoblada de la que no sabría decir, si era una casa lujosa donde aconteció mi “despertar”; o conforme transcurrían los minutos de ese “avivarme a mí mismo” podría afirmar que el lugar era parte de un hotel de cuatro o cinco estrellas según me decía la experiencia. Vi anuncios de provisión de atención al hospedado sobre un pequeño modular, un número de teléfono de línea baja, y pensé que debería pedir que llamaran a mi habitación en 5 minutos. Con ese llamado terminaría de averiguar cómo me llamaba, y que era ingeniero. De hecho que no fue necesario el llamado aludido, ya que rememore cosas personales mías como mi identidad, profesión como expliqué anteriormente y otras cosas más. Todo esto lo logre con la ayuda y con la marcha de los minutos, y con ir y venir por la habitación, buscando respuestas a mis interrogantes en mis pasos. Puedo decir que me sentía un poco más ubicado y mejor contenido en ese alojamiento donde estaba.
Estaba con la misma ropa con la cual había emprendido la jornada según recordaba, que no debía haber sido muy trabajosa ni llena de reuniones agendadas, porque lo que vestía era un jean de los que me gustaba usar, una camisa mangas cortas de las que más me gustan también, por supuesto la prenda era de un color azul oscuro. También llevaba unos zapatos de cuero sin cordón, etc. etc. Pero lo peor a esa altura del análisis de la situación era que no sabía porque estaba ahí, solo sabía que por algún motivo que no me figuraba cual, y que se encontraba archivado en algún lugar de mi cerebro, y que lo saben algunas personas, como mi familia, mis compañeros de trabajo, amigos, o empleados del hotel, hostal o pensionado donde suponía que residía. La lógica y la socialización que atañe a todo homo-sapiens que deviene de su condición de profesional laburante son fantásticas para poner paño frio a ese tipo de aprietos. Recordaba a todos los que me contextualizan siempre; recordaba mi nombre, que era casado, con mujer e hijos, todo lo más apreciable que puede tener como chantaje emocional una persona respecto de la presión social con sus instituciones que no proveen manuales para hacer una vida familiar feliz. Y ni tan siquiera alguna vez el sacerdote o el oficial del registro civil nos llamará a preguntar si la sociedad conyugal que derivo en una familia nos hace felices o no. Y aludo a la vida de pareja con sus responsabilidades que se encuadran en las leyes y en esta acelerada vida posmoderna.
En el lugar sobre una mesa pequeña había buen vino del que gustaba un poco menos del que me parecía el mejor vino. Me refiero a ese vino del país vecino a ese donde conjeturaba transcurría esta historia, donde también están los orgullos sobredimensionados, porque no saben muy bien como ser felices o no se dedican a ser cautos en la opinión sobre cosas que no saben que son. Recuerdo que nadie habla de lo que no sabe, no sé si eso es sabiduría o prudencia, pero puede ser que las dos palabras sean la configuración de una actitud que nos distingue de los animales y de las plantas.
Pero debo decir también que no sé si era la tensión nerviosa, o lo que llaman ahora estrés o algún surménage, o bien la fatiga crónica lo que provoco esa situación desagradable para mí en un país extranjero según colegí anticipadamente. No soy médico, y no importa no saber de primeros auxilios tan siquiera para saber que uno está bien y armonizado. Y estar con la tranquilidad que da la dicha, o refresca la piel gratamente, y que son los elementos que configuran una vida sensata y feliz. Los días sin descanso de ir en busca de la meta, del sueño, de la vida. Vivir, respirar, dedicarse a sentir el dolor y la euforia aquí en mis manos y en mis pies, también en la sien una migraña grita que estar vivo me tiene punzando el cuerpo que lo traigo desgastado.
Y estaba ahí en medio de esa situación, en medio de lo que también me provocaba susto y molestia mala. Solo supe que era el lugar donde los perros se sobresaltaban cuando sentían el sismo aproximarse a una escala sorpresiva o peligrosa, al ver que uno de ellos se intimidaba dentro de la habitación por ciertos temblores que movían los objetos sobre la mesa, o los zapatos a un lado de la cama. El vino mejor, vuelvo a opinar sin ser vinero, es del país vecino, y no de este donde me encontraba. Solo sé que no sé muy bien sobre la calidad de los vinos y las uvas, no sé muy bien sobre terremotos o sismos que movían el piso esa tarde. Pero el perro que estaba frente a mí en un hotel cinco estrellas tal vez, en una habitación cerrada, con todos los lujos y la seguridad que de ello deviene, es lo que indicaba que este cumulo de hechos era lo más parecido a un cuento cuyo relato acaba de empezar.
Viéndolo de este modo, no era importante si tenía o no un lapsus mental fuerte, o un surménage incipiente. No importaba el hotel, los colegas que participaban de un congreso, ni tampoco si mi mujer e hijos, o sea mi familia estaban preocupados con lo que me pasaba. Lo único que surgía como verdadero misterio y quebranto para mí, era saber qué hacía ese perro que me dio noticias que estaba en Chile gracias al temblor de tierra, siendo este un país sísmico y vinero mundialmente conocido. De ese hecho vino mi conciencia en auxilio mío, y me informo de que estaba participando de un congreso sobre energía eólica y artefactos que usan la energía del viento para producir energía limpia y renovable, como se diría en estos casos y según recordaba.
Ahora, ¿qué correspondencias tenía el sabueso presente ahí en esa habitación lujosa con algo que verdaderamente no terminaba de comprender?. El, el perro, seguía durmiendo después del pequeño sobresalto del sismo de 1,5 o 2 de Richter. La verdad que tenía tanta extrañeza yo, que se me olvidaba describir el animal a ustedes para que se enteraran de que raza era, si era bravo o era grande, detalles que se diluían al confrontar con mi lógica el misterio de como llego hasta ahí, sin que los cientos de empleados u hospedados se hubieran percatado de que ese no era su lugar, si es que ese lugar era un hotel. Lo cierto es que por mí, era insustancial que quedara a dormir en la habitación, donde yo volvería a tomar la siesta, en tanto que no ladre o huela mal. E iba dejar a la imaginación de ustedes de como llego hasta ese piso de ese hospedaje dentro de un resort a orillas de los Andes este convidado erecto sobre cuatro patas. Pero si hacía eso, creo que era lo más desconsiderado e irresponsable que podía hacer ante la gentileza de la atenta lectura de ustedes.
Pues bien, lo que engroso la extrañeza y el misterio de este relato, es que de la habitación contigua que era el vestidor apareció, según entendí, otro sabueso que fue junto a su congénere a chequear su somnolencia o vigilia, dándole unas lamidas que parecían escucharse como un fraseo de pareja, algo así como:
-¿Vas a ir a dormir?.
Era un sabueso hembra el que ingreso a la habitación, muy linda y limpia, y como el “amigo” seguía tirado sobre el piso, llegue a la conclusión que el “señor” no estaba para explicaciones a su enamorada curiosa de porque seguía tirado ahí frente a mí.
La perra enamorada volvió a susurrar al oído de su amado, sin que yo escuchase lo que decía en esta ocasión:
-Sigue así después de la nueva medicación. Aletargado e impasible. Viene y va dentro de la habitación como enjaulado, nos mira y vuelve a sentarse en el sillón, o recostarse en la cama. Ya comienzo a preguntarme si nuestro querido saldrá alguna vez de ese lugar donde está.
El padre del observado contesto a su señora:
-Hable con el médico. Me dijo que su alucinación es tan grave, que parece vernos a nosotros como dos plantas que se mueven o algo así. Yo no creo que sea tan grave, simplemente nos ve diferentes. Tal vez como dos gatos o dos perros que se juntan a acompañarse. El Dr. No supo explicarme el nivel de descomposición que produce en su persona su afección.
Con un nuevo temblor que viene de la activación de las máquinas grandes que taladran el asfalto, y que se usan para la reparación en la calle de los desagües cloacales, pareció que estos disturbios metieron en conciencia también a los dos adultos preocupados. El señor dijo a su señora:
-La verdad que de a poco me voy sintiendo en Chile o en Centroamérica con esos temblores que mienten que son sísmicos debido a esos trabajos en la calle. Esa molestia no para hace dos semanas.
El ingeniero pensó para sí solo:
-Luego de ese intercambio afectuoso de charla cuasihumana que vi en los dos canes. Vi que mi bella y adorada mujer entraba por una de las puertas de la habitación. Ella una espléndida trigueña de unos sesenta y cinco kilogramos, el metro setenta de estatura, y sonrisa divina. ¿Cómo no podría llamarme la atención la que eligió ser mi compañera hasta que Dios diga basta?
La mire, le sonreí, y vi que ella seguía amándome tanto como yo a ella. Por otra parte, las frases que les comunico parecen sacadas de una novelita rosa como aquellas de la española Tellado, que según recuerdo las empleadas que trabajaron en la casa de mis padres, siempre encontraban tiempo para hojearlas y deglutirlas como verdaderos clásicos literarios. En ese entonces en nuestro país, la televisión analógica hacia sus primeros pinitos como suele decirse en las conversaciones distendidas en una rueda de terere bien frío. Por lo tanto la lectura un tanto light era la que proliferaba, entre la gente que no era analfabeta claro, por lo menos la que era un tanto analfabeta funcional.
Mi compañera empezó la charla conmigo diciendo:
-Como te había recomendado el médico, eso de escribir algún relato o impresión tuya, según entendí por lo que escuche de tu padre, para poder salir del aletargamiento de la medicina. ¿Has escrito alguna cosa que se te ocurra o algo en que piensas? Recuerdas que te dijo que no importaba que fuera un cuento, un relato, o una simple anécdota antigua del colegio, o alguna historia nueva de la oficina.
Le tome la mano, y le comente que comencé a escribir una narración que no se si era menester leérsela.
Ella sonriendo, y dándome un delicioso beso en la mejilla me dijo:
-Si no soy tu primera lectora, por lo menos seré la primera que escuche algo que sale de tu boca y de tu imaginación como una obra hecha para mí.
Sonrió, y se sentó en la cama conmigo. Y espero que tome el cuaderno donde estaban escritas mis primeras líneas, a las que imagine como cuento o novela, o simple ficción por supuesto.
Comenzó el ingeniero la lectura de su relato:
-“De todos los hechos sorpresivos y extraños que me habían pasado, recuerdo especialmente este que me aconteció en los primeros años luego de egresar de la universidad…”
Y comenzó a emocionarse el lector, para ese entonces su padre se acerco y le abrazo amorosamente y le besó en la mejilla derecha, y le susurro al oído:
-Tu mama y yo estaremos siempre a tu lado hasta que te recuperes.
El, sobresaltado lo miró, y pregunto una vez más:
- ¿Dónde está ella?, se sentó conmigo aquí a escuchar lo que leía. ¿Qué paso de los perros que siempre entran a mirarme frente a la cama?.
El padre miro con ojos vidriosos y pensativos a la madre del ingeniero, su señora, y repuso con pesar volviéndose a él:
-Te había dicho en varias ocasiones que Carolina falleció hace dos años con los niños en ese accidente rutero que tuvieron contigo. Solo quedaste vos con vida, pero aquí nos tienes a nosotros para lo que sea hijo. Somos tu madre y yo los guardianes que velaremos por ti hasta que te recuperes, y ante algunos hechos imaginarios o no, te aseguro que no hay nada que explicar a nadie. Todo lo que necesitamos saber, y lo único real aquí es el amor y el cariño que nosotros tus padres sentimos por ti.
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