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Se apaga toda las luces y empieza la función. Cojo una silla y la pongo enfrente de la ventana para observar el paisaje nocturno. La noche no es negra como mi habitación. Es de azul marino oscuro que me invade una paz interior inexplicable. Las estrellas amarillas, unas quietas y otras parpadeantes parecen comunicarse entre ellas bajo la atenta mirada de la luna en cuarto creciente. Desearía entender su lenguaje, pero si los humanos que usamos las palabras para comunicarnos que, a veces, no nos entendernos, mejor dejar las cosas como están. A medida que pasan las horas, dos espirales se enlazan entre sí para disputarse el centro del cielo. El ciprés y el campanario se alzan al cielo como quisieran acariciar el cielo. Poco a poco va amaneciendo y veo una estrella, la más grande, se va extinguiendo. Me levanto de la silla para ir a la habitación contigua para coger los pinceles y pintar lo que he visto durante la noche.
El visitante echó una última mirada mirada al cuadro y pensó: "Si Van Gogh hubiese conocido la fama, hubiera fundado su escuela para pintores" . Al girar hacia la izquierda para ver otro cuadro, sin darse cuenta se le cayó el folleto. Dicho catálogo tenía como título: La noche estrellada. |
Texto agregado el 01-02-2019, y leído por 136
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