Soy poseedor de un amor resignado
y además afable,
con un intermediario poco
singular, algo calenton.
Bueno, en sentido figurado;
que le agrega cierta llama
convencional a esta relación.
Víctima de un vicio perturbador,
pero sabrosón.
Ignorante estaba de la razón
por la que era amado y consentido,
a pesar de mi beodez,
hasta aquella noche.
Botella en mano, paso indeleble
Noc. Noc y la luz me avisa
el trayecto de una llave sobre
mi cabeza.
Como quien no quiere la cosa,
mi mano vacilaba al recoger la llave.
Como pude, abrí la puerta,
sin más ni menos una estridente voz
¿Dónde estabas? ¡Cretino! justo creo yo.
Y salen sablazos a diestra y
siniestra y mi cuerpo casi por
inercia se balancea con graciosa técnica Derecha—izquierda, izquierda—derecha ¡plas!
Al centro, hagamos un alto aquí: ¿Centro? deseado, por demás cuando no se debe, en algunas ocasiones se toma
como primera opción.
¡Centro! ¡Ah! todo lo complica, lo resuelve.
Las rodillas del hombre se doblaron sin compasión, mientras cae, sartén
en mano se da ella la vuelta,
lo apoya en la mesa del comedor
y en absoluto silencio sube las gradas.
Al pobre tipo no le quedaron ganas
de seguir la guachafita, por esa noche
valga la aclaración. Al amanecer,
una delgada silueta tapa el sol,
unas manos cálidas y gráciles
me toman por el hombro, me
levantan con tal fuerza que me
recuerdan el dolor de la noche anterior.
Un aliento a almohada rosa mi cara
¡me gusta! una mirada que me
surca el alma, una mirada pura
me perdona y una feliz vergüenza
me embarga. Al mirar hacia el
comedor veo con fina ironía el
elemento del castigo,
que es ahora una enmienda de amor,
más la ironía yace en su interior,
huevos bien cosidos.
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