Pero no terminan aquí mis desdichas. Ya se dijo en una entrega anterior que mi afición al vino... O mejor, que el no poderme sustraer a una copa in extremis- ante mis solícitos amigos- me ha reportado consecuencias económicas. Pero si eso fuera todo, no hubiera estado mal avenida esta historia. No obstante, sus magnitudes han cobrado dimensiones piramidales, geométricas. Así, sin venir a más cuento, me llega la carta de un abogado, inquietante en grado extremo. Tuvimos unas palabras, es cierto. (Recuérdese que el día de reyes de este año tuve un pequeño accidente con un menda que tenía preferencia de paso). Pero, al parecer, el tío se ha buscado unos testigos y acudido a un abogado por no ver demasiado claras las cosas. Que lo tildé de "cabrón", dice. No recuerda uno haber proferido palabras de tan grueso calibre. De "tonto" y de "cobarde". El caso es que al salirme por la izquierda y no haber apercibido el triangulito uno, quizá me dejé llevar por el calor del momento.
En fin, que desde principio de año parece uno estar asistiendo a una película: la de su pesadilla. El coche roto, la mujer mosqueada, una demanda por injurias. Vaya con el año nuevo. Vida nueva, desde luego. Vida en muerte en esta cuesta de Enero. Con lo bien que había terminado el dieciocho. Fiesta de postín por todo lo alto en nochebuena. Y es que aquellos polvos blancos que "escanciaron" detrás de los postres para acompañar las copitas no debieron entrar nunca por mi narigo. Que ya no soy tan niño- me dijo la Maricarmen de turno. De mi momento de mayor gloria, he pasado a una decadencia, vía nasal- más que otra cosa. Desde luego que sentaba bien aquéllo. Ay, me lo decía mi madre: ten cuidado con los porros, hijo. Y lo que no son porros, afirma uno. A ver si termina esta pesadilla y encauzamos la existencia. Y nos salimos de esta película que parece un thriller de Tarantino.