A veces no tenemos nada que decir y cuando eso sucede, lo mejor es quedarse callado y no intentar decir algo porque se pueden expresar un montón de estupideces. Sin embargo, interiormente se siente una desazón terrible por no lograr decir alguna cosa interesante, un vacío, una angustia que crece, que casi obliga a soltar la lengua aun a riesgo de expresar cualquier sandez. Me ha sucedido algunas veces y en efecto, han salido de mi boca un sinfín de barbaridades, dejándome aparecer como un verdadero idiota ante personas con las que hubiera querido hablar con soltura y buen tino. Pero somos así, unas veces elocuentes y hasta parlanchines, y otras sin atinar que decir, con la mente completamente en blanco. Lo mejor es callar; por eso el refrán popular es muy sabio: “En boca cerrada, no entran moscas”.
Ahora que las menciono, me viene a la memoria el poema de Antonio Machado “Las moscas”, ése que hace ya muchos años, musicalizara Joan Manuel Serrat.
Vosotras las familiares,
Inevitables golosas,
Vosotras moscas vulgares,
Me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces
Como abejas en abril,
Viejas moscas pertinaces
Sobre mi calva infantil.
Moscas de todas las horas
De infancia y adolescencia,
De mi juventud dorada,
De esta segunda inocencia,
Que da en no creer en nada.
En nada.
¡Moscas del primer hastío
En el salón familiar
Las claras tardes de estío
En que yo empecé a soñar.
Y en la aborrecida escuela
Raudas moscas divertidas
Perseguidas, perseguidas
Por amor de lo que vuela.
Yo sé que os habéis posado
Sobre el juguete encantado,
Sobre el librote cerrado,
Sobre la carta de amor,
Sobre los párpados yertos
De los muertos.
Inevitables golosas
Que ni labráis como abejas,
Ni brilláis cual mariposas,
Pequeñitas revoltosas, vosotras, amigas viejas,
Me evocáis todas las cosas.
Machado era un gran poeta, por mi parte nunca se me hubiera ocurrido dedicarle un poema a las moscas, que son tan molestas y sucias, que se posan en la basura y la mierda. Bueno, sí recuerdo haber hecho coprotagonista de un texto breve a una mosca descuidada, que al caer en una telaraña, le sirvió de festín al goloso arácnido que la tejió.
Por cierto, apenas ayer una enorme araña me ha dado el gran susto, al encontrarla caminando tranquilamente sobre la parte interior del parabrisas de mi automóvil. Sobresaltado, frené de golpe (porque iba circulando) y no supe ni cómo me bajé del auto para tener un espacio mayor y atraparla. El corazón me latía de prisa y los nervios eran un constante temblor. ¡La maté, tuve que matarla! Sé que ella no me hacía nada, pero corrió a esconderse en un rincón entre el tablero y el parabrisas; no podía dejarla allí, corriendo el riesgo de una picadura posterior. Me sentí muy mal por haberla matado; supongo que tengo corazón de pollo (que a decir verdad, no sé si tener corazón de pollo haga actuar como lo hice).
Ha llegado el momento de callar, de callar de veras y no andar contando cualquier estúpida anécdota. Nos vemos.
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