El llanto nocturno perpetuado por el Jazz y el vino tinto. Sobre la ciudad y bajo el cielo gris de concreto armado se oculta un Dios invisible y subjetivo. Observa día y noche aquellas habitaciones de hotel, el pecado se respira en cada esquina y es fortificante. El saxo maúlla bajo las alarmantes escaleras rojas, la prostituta baila la cromática danza del pecado. Apoyada en la ventanilla del viejo mustang ella escupe una sonrisa desesperada. Ha llegado la hora irracional, la inocencia grita dentro de un cuerpo ajeno. El taxista deambula por las funestas calles y avenidas de la ciudad vertical. Recoge almas en pena para dejarlas ir metros más adelante a merced del destino, a merced de si mismos. La hora de la comedia ha terminado, se encienden las velas y comienzan las oraciones. Las esculturas y las pinturas cobran vida dentro de la metrópolis, sangre y esperma manan por las copadas redes de comunicación y filtran las paredes artificiales. Un late night show, cigarrillos y café. Un desayuno a las cuatro de la mañana en una cafetería en la que se escuchan veinte idiomas arropando los cuatro puntos cardinales de tan diminuto lugar y en la acera de enfrente el ultimo depravado, desvelado y minado de tics nerviosos camina mirando el suelo.