CUENTO
Batuque
Era un pequeño pueblo inmerso en la pampa…
…era el fin de un invierno nevado…
…eran dos hermanos, el grande y el chico…
…era una pequeña familia: el padre y dos hijos, la madre, muy joven, había muerto de una enfermedad repentina e incurable…
…era un pequeño cachorro, de un mes aproximado, que alguien le regaló al padre allá por los años de juegos y travesuras de la infancia de los muchachos.
Al correr de los meses primaverales, fue creciendo obteniendo estampa de hermoso, el hocico largo, las orejas erectas o dobladas según el ánimo, gran parte del cuerpo habían adquirido un color marrón claro que más parecía color miel, el cuello y las patas eran blancas. Un vecino que quedó prendado de Batuque, ese fue su nombre, les explicó que era de raza Collie, original de Escocia, o que por lo menos tenía ascendientes muy cercanos de esa raza, además que era un perro muy apreciado tanto por criadores de ovejas como también por arrieros. Además les dijo que en aquellos parajes podrían ser muchos los interesados, puesto que en ese tiempo la Patagonia era un mar de ovejas dispersas en su inmensidad, matizada en toda su extensión por el verde amarillento de la gramínea que es alimento del ganado ovino, el coirón.
Con el fin del verano tempranamente en el cielo se comienza a dibujar el otoño con nubes de arrebol matizado con figuras cambiantes formadas por bandadas migrantes de aves como por ejemplo avutardas y bandurrias que buscan el sol volando hacia el norte, mientras en el gran patio abierto a la inmensidad de la pampa en la casita construida en un alto muy cercano al pueblo, dos niños con un cachorro que ya pintaba para gran perro ovejero, arreador de las llanuras y señor de las mesetas, jugando con una pelota de trapo, tal como lo hacían todos los días.
Con el correr de los meses Batuque, ya un animal esbelto de pelo largo y brillante, se había transformado en un miembro más de la familia, era un hijo más, era un hermano más, era un compañero en las actividades del padre como sí también un tercer integrante en las traviesas correrías de los niños.
Un día que habían ido todos juntos al pueblo se les acercó un señor muy conocido e importante en la comarca, el cual habló con el padre ofreciéndole una importante cantidad de dinero por Batuque, el hombre le respondió que el perro no estaba en venta, que era el mejor amigo de sus hijos por lo cual no tendría alma ni corazón para privarlos de Batuque.
El señor que hizo el ofrecimiento era dueño de una gran estancia dónde se criaban ovejas por miles, miles de animales que por un lado producían lana para vestir personas y por otro carne para alimentar gente. Gran negocio, grandes ganancias para Argentina que proveía alimento y abrigo en aquella época de la Segunda Guerra Mundial, por lo tanto la cantidad ofrecida era importante. Ante la negativa a su ofrecimiento le dijo al padre de los niños que no olvidara la oferta, que si en algún momento cambiaba de opinión lo esperaba en su Estancia, que quedaba como a tres horas del pueblo si iba caminando.
Raudo pasó el otoño, de un día para otro apareció el invierno, llegó el frío, el viento huracanado, las noches heladas, las madrugadas cubiertas de escarcha y con la llegada del invierno se fueron las esperanzas de trabajos esporádicos que mantenían a la pequeña familia.
Se anunciaba una gran nevada, el padre salió temprano para traer un poco más de leña que aumentara la cantidad acumulada bajo un cobertizo. Les recomendó a los chicos que no salieran porque hacía mucho frío, tenían que cuidarse por un lado de los resfríos tanto como de los sabañones. Les dijo que él se llevaba a Batuque para que le ayudara a cazar, un conejo, una perdiz o incluso, sonriendo, un avestruz, para también ir guardando algo de alimento para los meses de nieve y escarcha. (En aquellos tiempos, en la Patagonia no era delito carnear un cordero en medio de la pampa siempre que se dejara el cuero en el lugar, era lo de más valor para el dueño del animal)
Siempre cuando salía al campo además llevaba consigo una bolsa de lona más un afilado cuchillo. El hombre calzó sus zapatos engrasados, se puso una chaqueta de cuero raída por los años, un bufanda de lana enrollada en su cuello y en su cabeza su inseparable boina vasca; con un voy a llegar tarde más un beso en sendas mejillas se despidió, lo propio hicieron los chicos al despedirse de Batuque.
Tarde llegó el viejo arrastrando dificultosamente en una especie de trineo hecho con troncos delgados, un gran atado de leña, también completaba la carga la bolsa de lona en la cual traía un borrego recién carneado. Los niños lo recibieron contentos, le ayudaron a guardar la leña bajo el cobertizo como así también en la faena de despostar el cordero. El hombre, a pesar del cansancio estaba más locuaz que de costumbre, les hablaba entusiasmado comentándoles a sus hijos de sus propias travesuras de niño y sus andanzas de juventud.
De repente la voz del hermano chico sonó como clarinada
¿Dónde está Batuque?
Siempre cuando salían batuque se retrasaba, ya sea por corretear un conejo o estar cortejando alguna conquista perruna, pero a esta altura ya había pasado bastante tiempo y no aparecía. Ambos niños salieron a la oscuridad del patio llamando al compañero y hermano perro… en la noche se perdían sus llamados:
¡Batuuuuuque! ¡Batuuuuuqueeee! ¡Batuuuuuuuuuuuuuqeeeee…
El padre salió tras ellos, triste y con lágrimas en los ojos los llamaba diciéndoles que ya llegaría…
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Recuerdo que aquel fue uno de los inviernos más crudos que he vivido: viento, nieve, frío, escarcha, lo cual era motivo, además, de que no hubiera trabajos temporales. Mi padre pasó largos tres o cuatro meses sin ganar un peso. Con mi hermano chico nunca nos explicamos cómo pasaron esos meses sin que ningún día faltara el pan. Tampoco faltó el café, el aceite, el azúcar, porotos, lentejas, garbanzos, en la cocina y en la mesa; jabón y dentífrico en el baño. Tampoco faltó leña para la estufa económica ni combustible para la lámpara. No faltó nada de lo esencial para vivir durante un crudo invierno patagónico, incluso de repente una golosina…
Hoy, ya viejo y cansado, pero siempre teniéndote en el recuerdo perro lindo, lo sé. Sí, sé bien lo que pasó. Mi hermano no lo supo, se fue hace mucho tiempo, nunca te olvidó pellito lindo, como te decía él.
Gracias Batuque. Con mi hermano chico te extrañamos y lloramos por mucho tiempo. Hoy que comprendo el pasado, de nuevo te doy gracias Batuque, también gracias padre querido y gracias a aquel señor dueño de estancia o arriero que por años le ayudaste a llevar los grandes arreos por las pampas patagónicas.
Batuque, me imagino que hoy andarás arreando ovejas siderales en alguna lejana galaxia, junto a mi hermano chico.
—A VECES UN PERRO ES TAN ESENCIAL EN LA VIDA, AL IGUAL QUE UN HIJO O UN HERMANO—
Incluido en libro: Cuentos de Vientonorte
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