Qué triste es la lejana adoración
en la escalaria observancia de Hiperión,
pero no más que el espíritu fementido,
que carente de esa divina panoplia
en el aura diáfana de frustrada
ascendencia, se evapora,
se consume en el estiaje más
sublime de toda razón; mientras
carcome la soledad.

Su conciencia no digiere lo que
no existe y no explica lo imaginado
de la nada.
Es una austera representación
de la verdad, y sin embargo el
más brutal eufemismo de la vida.

Qué triste lejana adoración,
que resiste al sino como una
tea ínfima en el indomable
tugurio de la espontaneidad.

Qué triste lejanía, será solo
un fantasma que señale, sobre
el pináculo ardiente de huraño
anhelo, la sabia grieta bajo el
areópago oscuro del mortal ardid.

El tiempo en su saúco aforismo
enseñe quizá, el propósito de tan
triste lejanía.