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Inicio / Cuenteros Locales / maparo55 / Una extraña forma de encontrar la felicidad

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Cansado de un intenso día de trabajo, Miguel se preparó una copa y encendió el televisor. Se recostó en su sillón preferido y le dio un largo trago a su bebida. Era sábado por la noche y en el canal once del Politécnico, estaban pasando un programa músico-cultural, de lo más interesante. En la pantalla, aparecía el rostro de una mujer que según rezaba el texto escrito junto a ella, había cruzado el Atlántico, sola, en un velero; para emprender semejante empresa, había tenido que prepararse casi dos años para lograrlo. En la imagen, más atrás, podía observarse el dibujo de una planta cuyas hojas eran un sinfín de ojos humanos, que miraban abiertos y extáticos directamente al espectador. Miguel, observó con curiosidad que los ojos de aquel dibujo, parpadeaban y empezaban a hacer guiños; se le hizo muy original aquel detalle. Viendo el programa se fue amodorrando y no supo en que momento se durmió. Cuando despertó, apagó la tv en estado de zombie y se fue a dormir.
Por alguna oculta razón, soñó con el dibujo de la planta con ojos. En el sueño, la planta era real y los ojos humanos también, los cuales se abrían y cerraban, guiñaban y miraban sin cesar para todos lados. Lo malo del asunto era que él, estaba seguro de que todos aquellos ojos lo miraban y trataban de comunicarle algo; además, la planta crecía en tamaño y los ojos también; era exasperante sentir tantas miradas convergiendo sobre él. Las hojas-ojos, crecían y crecían, acosándolo terriblemente. Se despertó sudoroso y un tanto angustiado; al comprobar que todo era producto de una pesadilla, respiró más aliviado y volvió a dormirse.
Por la mañana aún le quedaba el recuerdo de la planta de las hojas-ojos. En ese momento le asaltó el recuerdo de Diana, su ex mujer; llevaban dos años divorciados y a él, aún le quedaban rescoldos de aquel amor y aquella pasión, ahora ya imposible. Llevaba todo este tiempo tratando de olvidarla, y no lograba conseguirlo del todo. Como era domingo, llamó por teléfono a su madre para ir a visitarla. “Llévame a Xochimilco; quiero comprar unas plantitas”, le dijo ella. Así que una hora más tarde, se encontró en compañía de su madre, conduciendo su viejo pontiac gris plata rumbo a Xochimilco.
Era poco más de mediodía, un tibio sol calentaba el ambiente y en el mercado de plantas, la gente recorría los puestos admirando, consultando precios y eligiendo las mejores. A su madre también le encantaba preguntar, regatear, comprar a buen precio, o si lo juzgaba excesivo, simplemente no comprar; a ella le gustaba hacer eso y él se resignaba. A pesar de ello, se sobresaltó cuando su madre dijo:
-¡Qué extraña planta, todas sus hojas parecen ojos humanos!
El instinto de Miguel se alertó de inmediato. Que lo inquietara un dibujo, un sueño y ahora la realidad, debía tener alguna conexión entre sí, los hechos no podían ser tan casuales. Las plantas con hojas-ojos no abundaban así nada más.
-¿Qué planta es ésa?, le preguntó él, al vendedor.
-Se llama “Mil ojos” y hay una extensa variedad de ellas.
-¿Es una planta muy común?
- No, al contrario, es una planta muy especial. Las que vendo pertenecen a las “Mil ojos tristes”, porque por las noches, les escurren gotitas de agua sobre las hojas y pareciera que están llorando. También tengo las “Mil ojos tímidas”, mire con atención las hojitas y verá como parecen replegarse y agacharse ruborizadas.
-¿De dónde vienen?
-Hay en muchas partes; éstas vienen de Oaxaca; aunque allí no se cultiva la “Mil ojos de miel”
-¿Cómo de miel?
-Esa variedad, cuando hace mucho calor, sus hojas rezuman una sustancia amarilla oscura, ligeramente pegajosa que parece miel; por eso la llaman así. Es de importación, principalmente de algunos países de Europa.
Después de las explicaciones del vendedor, de visitar otros puestos y comprar varias plantas, se fueron de allí. En un lugar de comida típica mexicana, comieron enchiladas de mole poblano y luego de llevarla a casa, se despidió de su madre.

Miguel trabajaba como asesor comercial de un grupo empresarial muy fuerte, cuyas empresas estaban diseminadas por todo el mundo. Una semana después de la visita a Xochimilco, se encontró sobrevolando el Atlántico con destino a Madrid, allí lo esperaba el representante de una compañía que fabricaba y vendía equipos de molienda y transportación. Visitarían la planta de esta ciudad y luego la de Barcelona.
Lo recibió Ramón Laguna, un hombre bajito ya entrado en años, que le habló de las bondades de los molinos con rodillos de trituración y le mostró detenidamente la planta y los diferentes pasos de fabricación. Fue una jornada extenuante. Como en Barcelona el equipo era muy similar, poco después de las dos p.m. del día siguiente, se encontró libre para visitar algunos sitios de interés. Laguna no pudo acompañarlo. No alcanzó a visitar nada, porque en el escaparate de una florería, una planta “Mil ojos risueña” lo sorprendió, llamando de inmediato su atención. Entró en la tienda y preguntó por la planta. El hombre que atendía le dio el precio y a la pregunta precisa de si no vendía “Mil ojos de miel”, le contestó:
- Se me han terminado; la semana entrante recibiré una docena.
- Será muy tarde para entonces. Me voy mañana a primera hora.
- ¿Muy lejos?
- Hasta el otro lado del charco, a México.
- ¿Le interesaría de verdad adquirir una “Mil ojos de miel”? El productor vive a no más de una hora de camino y es una persona muy tratable.
Acabó dándole la dirección y Miguel, empecinado en seguir la pista y considerar aquello como algún designio divino, se subió a un auto de alquiler y se lanzó a la aventura. Fueron alrededor de cuarenta y cinco minutos de camino, que le sirvieron a Miguel para admirar el paisaje y pensar en lo que estaba haciendo. Sólo se dejaba llevar, siguiendo una corazonada.
El auto se detuvo ante una reja abierta que coincidía con la dirección buscada. Miguel le pidió al conductor que lo esperara y decidido, entró en el lugar. ¿Qué perseguía? ¿Qué esperaba encontrar? ¿Una planta mágica, sorprendente, con ojos humanos verdaderos colgándole de las ramas?
Se encontró en un hermoso jardín, muy bien cuidado, donde crecían diversidad de plantas y por supuesto, una gran cantidad de “Mil ojos de miel”. Por fin tuvo oportunidad de contemplarlas. La tarde era calurosa y las ojos de miel, segregaban aquella sustancia ligeramente espesa que hacía a dicha planta tan especial. Una mujer enfundada en pantalones claros, un sombrero de paja de ala ancha y grandes gafas oscuras, atendía con sumo cuidado a una de ellas.
-Buenas tardes-, saludó. – Busco al productor de las “Mil ojos de miel”.
La mujer levantó el rostro y lo miró desde atrás de las gafas oscuras y las hojas-ojos de la planta que atendía.
-Soy yo-, dijo simplemente.- ¿Qué desea?
- Busco una “Mil ojos de miel”.
La mujer se quitó entonces las gafas y lo miró con más atención.
-¿Quién lo envía?
Antes de responder, el corazón de Miguel se convulsionó porque de pronto creyó atisbar la respuesta a sus propias preguntas y dudas. Los ojos que descubrió detrás de las gafas, eran los ojos más bellos que hubiera visto en su vida y parecían una copia exacta o mejor dicho, el original, de las hojas-ojos de la planta. No derramaban gotitas pegajosas como miel; pero él estaba seguro de que aquellos ojos si querían, podrían hacerlo; eran dulces y bellos. Apenas pudo responder:
- El hombre de la florería del centro de la ciudad, me envió.
- ¿Es usted su amigo?
- No, sólo un cliente. ¿Por qué es tan especial esta planta? Pareciera que estoy embrujado por esos cientos de pares de ojitos que cuelgan de sus ramas.
- No son tantos. Este año, tienen cuarenta y un pares de ojos.
-¿Este año?
- El año pasado fueron cuarenta y el próximo, serán cuarenta y dos.
Miguel bebía las palabras de la mujer como si fueran el elíxir de la vida. Estaba confundido y feliz. Se encontraba a miles de kilómetros de su casa, en una tierra desconocida, siguiendo a una muy particular planta que se había convertido en una extraña coincidencia y tenía frente a sí, a la que podía ser la mujer de su vida.
Tomó la mejor decisión que podía hacer en aquel instante. No iba a retroceder.
- Estoy muy interesado en las “Mil ojos de miel”. ¿Podemos conversar?
-Vamos a la casa, aquí hace demasiado calor.
- Despediré al auto que me ha traído.
Los ojos de miel de la bella mujer, sonrieron.

Texto agregado el 09-01-2019, y leído por 158 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
10-01-2019 Laborioso trabajo. Muy bueno también el comentario de Vicente. Saludos helados desde Madrid. Daiana
10-01-2019 Tu relato me ha parecido de una exquisita originalidad. Muy bueno. Un abrazo, sheisan
10-01-2019 Auuuu... Hilvanas una bella historia de amor con diversos elementos, todos ellos muy disfrutables y algunos hasta mágicos. Cinco aullidos aprendiendo yar-
10-01-2019 —Efectivamente parece que la mención de Diana fue un elemento distractor dentro del cuento que me acompaño en la lectura, para convencerme que realmente hay ojos que cautivan y sobre todo si además de color miel emanan una sustancia invisible que atrapa tal como las plantas carnívoras. —Quedo pensando en posibles finales. vicenterreramarquez
10-01-2019 me gustó el desarrollo; pensé que iba a encontrar a la ex mujer. Hay magia en la vida vegetal. Buen texto, desarrollo y final; como siempre un trabajo impecable. Muy bien! Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
09-01-2019 Qué buena historia, muy bien llevada y con ese toque de romanticismo justo. Me encantó!!! MujerDiosa
 
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