(Con)vivir con ansiedad
es una batalla diaria
donde buscar la forma
de hacer menos heridas
es también la manera
de herirse a una misma,
es tensar el lazo
hasta el punto máximo
y soltar cuando suena un crujido,
es rezar
-a la diosa y a la vida-
por tener la suficiente
salud mental
-en medio de la locura-
para no abandonar las armas,
es luchar contra molinos de viento
con los ojos vendados
y las manos desnudas
al filo de un abismo de tiempo,
es deshacer lo hecho
tras ver el error
y perder la razón
con el latido fuera del pecho,
es beber a sorbos de un vaso
a punto del desborde
cada día
y comenzar cada noche
para poder dar
-mañana-
otro paso más.

(con)Vivir con depresión
es una guerra constante
que dura un día más cada vez
desde el momento
en que aparece en tu vida,
es levantarse de la cama
espantando nubes de tormenta
que enturbian los pensamientos,
es alzar el alma del suelo
y besarle la cara para
aliviar el peso que oprime
desde el pecho hacia dentro,
es intentarlo otra vez
aunque solo quiera
seguir abrazando la cama
aun sin sueño,
es la dualidad de querer
salir, planear, compartir...
y no tener ganas para hacerlo,
es ansiar la inteligencia de Penélope
para rebobinar los desencuentros
mientras duermes a cientos de kilómetros,
es discutir por acallar
esas voces que dicen
que todo lo haces mal
que no hay mucho más
que no vas a cambiar
que mejor terminas ya...
es llorar mares secos
y aguardar que la tristeza se disuelva
como los nimbus tras la tempestad.





Depresión y Ansiedad no saben convivir, aunque intentan mantener el equilibrio.

Porque si a una se le agota la paciencia, la otra no entiende el porqué.

Porque a veces parece que hablen idiomas distintos, o a través de un muro de cristal por donde se pueden ver pero ninguna oye a la otra; ni viceversa.

Porque una no sabe cómo se siente la otra cuando las voces repiten que no, que mal, todo mal, qué desastre...

Y una sólo viene a decir lo que la otra ya sabe:
otro despiste (y todo mal).