Aun se escucha caer el agua de las hojas de los árboles. Acaba de llover en la densa selva. Se oyen las ranas croar no muy lejos de aquí, y otros sonidos de criaturas que desconozco; talvez monos o cigarras, parecen orquestar una música uniforme y sin fin.
Después de la tempestuosa lluvia, se deja escuchar ahora una lluvia de sonidos de animales extraños que no infunden temor, pero que se cuelan en lo más recóndito del la cabeza, dejándolo a uno sordo sin escuchar jamás el silencio.
La noche es negra, no se puede ver nada, las nubes aun siguen sobre los árboles, y de las estrellas, ni se diga: no se divisa una sola.
Permanezco tranquilo, pero una sensación que brota desde lo más profundo de mi alma; la sensación de que algo extraño ocurre, me impide mantener la completa calma.
De mi cabeza surgen hipótesis e ideas. Pero no tardan en aclararse.
La respuesta se me empieza a dar de una manera tan natural, que más bien pareciera que siempre la hubiera sabido.
Caigo en la cuenta de que esto no es más que un sueño, no es más que una de las prolongaciones de las reiterativas pesadillas que había tenido desde que llegué a la selva.
¿Será esta la magia que envuelve y mata a todo hombre que pretende ingresar solo a esta maraña de vida?.
¿Para qué conjeturar?, ¿para qué intentar buscar respuesta a lo que siempre ha motivado al hombre a pensar?.
Dejaré pues, que la naturaleza me haga degustar y acariciar, aunque sea por un momento, este momento de paz, de quietud, de paz.
Es mejor así que no hay alguien que me diga algo; que me diga que la verdad se esconde entre la misma verdad. Es mejor así, como siempre ha sido...
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