El jugador tomó la pelota y la colocó en el manchón de penal. Dio unos pasos hacia atrás y observó el arco. El portero se movía de un lado a otro sin salirse de la línea. Todo dependía de su lanzamiento. Si anotaba significaría la gloria y el título de campeón para su equipo. Si fallaba quedaría marcado como “el villano”. Aunque fue gracias a sus 2 goles que aún se mantenían con vida nadie se acordaría de ello si fallaba el penal.
El árbitro los miró a él y al portero y sonó su silbato. El estadio entero hizo un silbido para desconcentrarlo. Corrió hacia el balón y disparó con todas sus fuerzas.
Cayó al suelo de rodillas, con las manos en el rostro para contener las lágrimas. Su disparo había terminado en la tribuna. El portero corrió con sus compañeros a celebrar el título. El capitán se acercó a él para consolarlo.
-No te preocupes –le dijo poniendo la mano en su hombro, no es tu culpa. Diste tu mejor esfuerzo y eso es lo importante. Gracias a ti llegamos hasta dónde estamos y eso ya es un logro.
A la mañana siguiente el repudio de los periódicos no se hizo esperar. Frases como “Gracias por nada” o “Cuando más te necesitamos no apareces” fueron las portadas que más se veían en los quioscos del país.

FIN