Hace mucho tiempo, cuando las ninfas de Gortot aún residían en el bosque oscuro; Marcelath el demonio de la ciénaga de la desesperación, atacó el pueblo de Glorietta. La bestia con inusitada ferocidad ocasionó muerte y destrucción a su paso; buscaba sustraer descuidados niños con los cuales pretendía alimentarse.
En aquel tiempo, los habitantes del poblado buscaron la protección de Puchunga de Lobos, pitonisa y guardiana del templo de dios Vejeth; pero astutamente el demonio arremetió durante el mes de Arath, cuando la poderosa hechicera había viajado a la costera aldea de Evópolis.
Cuentan las viejas pastoras de rinosaurios, que el fin del demonio, comienza con la inesperada llegada de una extraña amazona.
Cuando la feroz guerrera arribó al poblado, era imposible no mirar su robusta figura producto de los constantes y rudos ejercicios; pero a pesar de ello, mantenía una inalterable feminidad al adornar coquetamente las trenzas de su fina cabellera, con dorados colmillos de hienas lanudas. Solía (diariamente) untar su cuerpo con diferentes tipos de aceites tonificadores, manteniendo una vitalidad que era la envidia de muchos. Pero lo que realmente llamaba la atención de esta mujer, era su extrema altura, muy sobre los cánones normales de las féminas de Glorietta, que eran pequeñitas en comparación con sus semejantes de otros extremos del país.
Su nombre era Isabella Artigas, campeona pugilísta de Hospicia; victoriosa en los juegos de las islas de Icania; y había viajado al pueblo al enterarse de la devastación causada por el monstruo.
Y sucedió qué, durante la medianoche de la tercera luna de Arath, Marcelath el demonio de la ciénaga de la desesperación, gruñendo y resoplando con furia, salía de Glorietta con dos niños entre sus garras; cuando sorpresivamente una furiosa amazona se abalanzó sobre él.
Isabella Artigas embistió sorprendiendo a la criatura con un fuerte puñetazo directo en el hocico; Marcelath tambaleante y quejumbrosa de dolor, trastabilló soltando a los infantes quienes huyeron desesperados. La bestia enojada giró sobre sí misma para tratar de golpear con la larga cola, el cuerpo de la gladiadora, pero Isabella en un ágil movimiento logró saltar la repugnante extremidad. Una y otra vez golpeaba el rostro del demonio con inusitada violencia; y cada uno de los brutales puñetazos que Marcelath recibía, estaban acompañados por fuertes y ruidosos estruendos que remecían la tierra.
Pasado algunos años, en las festividades de Nurthia, se cantaría como Devorquios el alfarero, perdiera su producción de vasijas de cristal, debido a los movimientos telúricos que causaron el derrumbe y posterior incendio que destrozó el taller donde laboraba.
Durante el entrenamiento en el traicionero arrecife de las islas de Icania; Isabella la pugilista, valiéndose solo de su valentía y un cuchillo, logró rescatar del cuerpo sin vida del Cultrun (aquel invencible engendro marino que falleciera en la batalla naval de Evópolis), un puñado de impenetrables escamas que protegían las branquias del ente acuático. Esta coraza daba al leviatán de los nueve mares, invulnerabilidad eterna y una fuerza extrema. Cuenta la leyenda que ningún animal carroñero se acercó al cadáver del monstruo, cuando éste llegó a la costa empujado por la marea.
Con aquellas escamas de Cultrun, la guerrera confeccionaría un par de poderosas manoplas con las cuales ganaría los certámenes de lucha en el monasterio de los monjes descalzos.
Marcelath el demonio de la ciénaga de la desesperación yacía al borde de la muerte después de una terrible paliza. Tumbado en las baldosas cerca del mercado central, tosía y escupía sangre a borbotones. Isabella lentamente se acercó para asestar el golpe final, pensaba satisfecha en toda la gloria que adquiriría después de esta hazaña... Pero pasó lo impensable.
El moribundo demonio en un último esfuerzo, logró morder una de las piernas de la guerrera; ella gritando desesperada comenzó a sangrar abundantemente por donde los colmillos de la bestia habían desgarrado la piel; finalmente palideció y cayó cerca de los monolitos del dios Vejeth. Ambos contendientes dejaron de moverse y respirar al mismo tiempo.
Poco a poco los temerosos habitantes de Glorietta salieron de sus hogares para observar con detalles la destrucción que había ocasionado la batalla. Algunas personas discutían acerca de las dimensiones de los cráteres creados por los golpes, cuando increíblemente los cuerpos de Marceliath e Isabella comenzaron a convulsionar envueltos en una insólita luz incandescente.
Marceliath levitó por un momento, y tras bajar la intensidad del halo luminoso, lentamente fue mutando hasta adquirir una delgada forma humana.
Y he aquí, qué después de muchos años sin saber de su paradero, Marcull el poeta reapareció de la nada. La última vez que lo divisaron, fue hace años, lo vieron saliendo del bosque oscuro; caminaba errático y sin rumbo fijo, llevaba un ramo de dulcénias en sus manos. El poeta inexplicablemente terminó internándose en el desierto de la perdición donde desapareció todo rastro de él.
Esta noche, después de la aparición de Marcoll el poeta, un fuerte rugido hizo que las personas que se habían atrevido a salir de sus hogares huyeran desesperadas. Inexplicablemente (y también saliendo desde los ases de luz), Marcelath el demonio inexplicablemente regresó a la vida; aun algo aturdido retomó el camino hacia la ciénaga de la desesperación.
En aquel momento nadie se dio cuenta; pero Isabella había desaparecido, y nadie en este mundo volvió a verla.
No hay ninguna fuente confiable que nos diga con certeza que pasó esa noche con el cuerpo de Isabella Artigas, la pugilista de las islas de Icania.
Pero actualmente se conserva en el monasterio de Rhancol, una antigua copla de Asarha la juglar, que contiene partes de los poemas prohibidos del dios Plurón.
Los acólitos del acantilado de Catrenilla cantan dicha copla durante el solsticio de invierno. En ella se relatan los testimonios de algunos aldeanos de la vieja Glorietta que aquella noche estuvieron presentes, y declararon ver la resurrección del demonio de la ciénaga. Las cuartetas relatan que la bestia lucía distinta, mucho más alto de lo normal y con un cuerpo extremadamente tonificado. Los testigos, juran por los dioses, que en sus garras llevaba unas manoplas confeccionadas con escamas de Coltrun, aquel extinto monstruo marino que habitó los nueve océanos.
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