El agujero de ella no lo calentaba,
él no deseaba explorar sus densidades húmedas
en la marginalidad de esas madrugadas,
el agujero sólo le brindaba un desagüe
para expulsar la acumulación
de su semen inmaculado.

Ella se quiso engañar muchas veces
pero era sólo un agujero para él,
hubiera querido que la mirase
como el ruiseñor contemplaba la rosa,
que la tocase
como el mar a sus orillas de arena dorada,
que la poseyera
como un tesoro valioso entre sus prioridades mundanas.

Un agujero destrozable
entre sus pequeñeces íntimas,
un orificio frágil
para saciar el hambre bruto de la hombría tibia,
una boca sucia
entre la palabra y la oralidad de su forma.

Un colchón sobre el piso frío,
un estival sueño
jugando a saltar la soga sobre el precipicio,
un cigarrillo de marihuana
entre la tristeza y la piel zurcida por las agujas del tiempo.

Hubiera deseado un buen gesto de tu parte, querido,
lo tenías pero había que arrancártelo de las entrañas,
había que callar y que vos emitieras tu revelación guardada,
había que resignarse y dejarte solo
con la misma irrupción y rotura que al mundo habías llegado
y con la que te irías, tarde o temprano.