Por la ventana de mi cuarto, cuando me doy la vuelta para ver que pasa, me encuentro con la misma farola de siempre, la misma luz amarilla. Y hoy está cambiada, un poquito más blanca, más luminosa que de costumbre, más contenta y graciosa.
La miro con detalle, con cariño y con tiempo, y me pregunto qué tiene hoy la farola que la hace tan bonita y elegante. El tronco es delgado, esbelto y moreno, como siempre. Su carita redonda, imitación pobre de la luna cuando está poderosa, tiene un reflejo tenue, casi imperceptible, que la hace parecer de plata. Y en lo alto de su cabeza, empiezo a descubrirlo todo. Hoy la farola no está sola. Hoy tiene un compañero que la ronda en las alturas.
¿Quién habrá tenido el valor de acercarse a mi farola, solitaria y altanera desde siempre, y empezar a conquistarla? Todos los insectos de la noche saben que ella es farola orgullosa y descarada, y todos saben que si se acercan, se queman. No hay luciérnaga en el mundo comparable a mi farola, que aunque no puede volar enciende las alas de los sueños.
Me quedo un rato hipnotizada, mirando su luz de plata. Le pregunto con mis ojos: ¿qué ha pasado con el reflejo amarillo de otras noches? ¿qué te has hecho hoy en la cara? Al principio un silencio y después, sentí que la farola me hablaba. Ella estaba enfrente mía y yo delante de mi ventana. La cara color de plata me miraba fijamente, tan hermosa, tan tranquila y sosegada, me contó su dulce historia, su triste final de farola:
- Tantos años llevo aquí, me decía con voz afilada, tantos sin conocer a nadie, aburrida y desgraciada, que decidí pasarme las noches mirando a la luna colgada. Al principio la veía, como una más entre tantas estrellas, cometas y planetas. Pero al cabo de un tiempo, empecé a sentirme embrujada por su luz, cautivada por su mirada. Tanto era mi deseo de tocarla que hice un trato con ella y ahora...
Y de su cara redonda cayeron estrellas de lágrimas.
- ¡Ahora soy tan feliz con esta carita nueva! continuó la farola. Me la ha prestado la luna y soy la envidia de todas las farolas que me rodean. Yo, la farola arrogante y solitaria, soy ahora, además, la más deseada y miles de mariposas revolotean hoy a mi alrededor sin miedo de quemarse. ¡Que felicidad tan grande sentirse querida por unos y envidiada por las demás!
En aquel momento, miré al cielo y lo vi todo oscuro. La luna llena había bajado hasta mi farolita y le había cambiado la cara. Volví a mirarla pero ella ya no estaba conmigo. Una nube de visitantes intentaba camelarla y ella, coqueta, se hacía la remolona.
A la mañana siguiente, cuando volví a mirar por mi ventana, miles de cristalitos rotos rodeaban su tronco y en el centro de la que fuera su cabeza, una bombilla amarilla tiritaba de frío.
- Lola M-A L -
26/12/2003
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