“Ser fuerte” es un concepto que he tenido que repetirme a mí misma a lo largo de toda mi vida, sin saber a qué me estaba refiriendo exactamente. Mi padre concibe la fortaleza como resistencia, “aguantar la respiración bajo el agua” hasta que la vida te dé un momento para asomar la cabeza a la superficie y recuperar el aliento: aguantar en silencio, saber cuando actuar y hacerlo cuando es el momento, me dijo.
Pero para mí la fortaleza ha sido algo más que resistir. Cuando era niña la fortaleza ni siquiera existía como concepto, sin embargo, era una niña que mediaba entre los gritos de sus padres, que tomaba las riendas cuando los grandes no sabían qué hacer con sus vidas, que contenía, aconsejaba y daba su opinión en momentos de crisis. Fui creciendo y todo lo que callé se fue apoderando de mí, y me volví silenciosa, apesadumbrada, adolorida del alma. Por un momento nada breve la llama se extinguía, y era todo lo opuesto a lo que se puede entender por “fuerte”. Salvo por el concepto de mi padre: ahora entiendo que quizás sólo estaba aguantando hasta encontrar el momento para actuar.
Me quedé sin voz, pero en mi interior había una voz fuerte, siempre la hubo, que me decía “esto no puede ser todo”, que me impulsaba a buscarle el puto sentido a la vida, a encontrar una razón para no haberme dejado llevar por el mar ese verano, en el que decidí quedarme otro rato en este mundo, pese a lo tentador que era abandonarse en el vaivén que me acunaba, como quizá me hubiera gustado que lo hiciera mi madre alguna vez (o mi padre, o cualquiera).
La falta de cariño y de cuidado te hace aceptar el afecto de lugares peligrosos, quedarte donde te hace daño, callarte cuando quieres gritar.
Crecí sin tener muy claro cómo, pero quería ser feliz, o no ser. Pero a medias no me quedaba. Tenía que valer la pena el esfuerzo de vivir.
Me veo al espejo y veo cicatrices, magullones que aún duelen a veces, soledad y fragilidad, pero también veo una mujer que se ha puesto de pie cada una de las veces que la ola la ha echado abajo, y se ha rearmado una y otra vez cuando el jarrón se ha quebrado, pegando las piezas con oro, quedando siempre distinta, pero bella.
Fortaleza, quizás, es saber que la vida es dura, que a veces agobia tanto como pasar demasiado tiempo bajo el agua, y sin embargo encontrar razones para vivirla, y ganas de compartir el oxígeno con otros.
Me considero una mujer fuerte, porque soy frágil y me atrevo a vivir con ganas, aunque me rompa y me tenga que rearmar innumerables veces; valiente, porque tengo miedo, y pese al miedo, reflexiono, planifico, y me lanzo, aunque nada resulte como lo tenía planeado y, por sobre todo, agradecida de la gente que me compartió un rayito de su luz para que yo pudiera alimentar mi fuego.
Nadie dijo que la vida fuera fácil, o justa, o digna de ser vivida. De hecho no lo es. La vida no tiene ningún sentido. Pero ¿qué haces con un lienzo en blanco?
Yo por, lo menos, me pongo a pintar.
|