El conocimiento como batalla, me hiere esta paz
que me es prestada, y temo perderla sin el amparo
de tu sabiduría. Cuando observo los ojos del prójimo;
veo un continente dividido, como un espacio, fraguado en la teoría
de los hombres.
La sangre de tu amor me unge, bajo mis nubes negras
y sobre el abrazo de los sueños; lo que me hace recordar
aquel momento, sentenciado al olvido brutal…
Aun me hallo sentado en el andén, con el enorme muro gris
a mis espaldas, en el que solo se plasmó, mi intrascendente
presencia, entonces aun no era tiempo para descubrir ciertos temores,
que ahora solo son viejos anaqueles húmedos, que recorren
sin piedad, mis mejillas.
Intento escuchar, me hablas, intento escuchar; es la costumbre,
siempre ha sido así. Mi espíritu embozado, suele impedir,
que tu nombre me afecte. ¡Calla, déjale que hable!
Una cena, un amanecer,
el polvo inescrutable
de tu enseñanza.
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