Lo encontré entre las páginas de un libro que había comprado durante un viaje a la costa. Siempre compraba un libro cuando iba a la playa. Solía leer tirada sobre una reposera frente al mar.
Era un trébol de cuatro hojas. Al verlo recordé la tarde aquella, nuestras ropas manchadas de moras, los tréboles y las enredaderas trepando por el jardín de la casa de la abuela.
-Un recuerdo -dijiste mientras me entregabas el trébol de la buena suerte.
Tuve suerte, no sé si gracias al trébol o al carácter decidido que había heredado de la abuela.
Al finalizar ese verano, le confesé a mi abuela la angustia que me provocaba el temor de no volver a verte nunca más.
Ella acarició mi cabeza, me miró a los ojos y dijo con serenidad:
-Tranquila, si él ha de ser el hombre para ti, pues lo será.
Pasaron viajes, estudios, mudanzas, noviazgos. Si hasta me creí la historia de que era una mujer independiente, que estaba mejor sola.
Pero un día te encontré por casualidad, y cuando nuestras miradas se cruzaron, recordé los días de juventud. Entonces tomé la decisión y me acerqué a ti.
Y sí, eras el hombre. El hombre que me hizo feliz durante tantos años...
Mientras guardaba el trébol entre las páginas amarillentas de aquel libro, volví a sentir tu mano sobre la mía, como treinta años antes, como treinta minutos antes.
Mi abuela tenía razón.
Gloria-Marcelo
14/12/18
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