El camino yerto de la mano fatua,
que forjo tu huella ensangrentada;
ha blandido en el lúgubre corazón
del hombre, el grito abanderado
de la muerte.
Pero tú, impertérrito, y mancillado,
perpetuaste, firme e inefable
el amor de tu padre, que le es vedado
a los espíritus necios.
Ni la suma de todos los pecados,
en un trozo de madera,
truncaron, el sabio cenit
de tu mirar, fraguado al horizonte,
por los espinos de la carne hipócrita;
dejando así, el legado en un ósculo
de vida: y un ocaso efímero
antes de extinguirse, se aferro a
tu palabra, y elevo poesía en
los bellos labios de David.
Mas luego el sudor de tu gemir,
ungió, en silencio, los pies de Elías.
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