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Leonora dejo que querer vivir el día que sus hijos descubrieron que se había separado de su marido, o sea que no cohabitaban en la misma cama.
Conversando con ella, Helios, su vecino se dio cuenta, que no participaba del chismorreo general del barrio, que no se acercaba a escuchar conversaciones ajenas, como lo hacía antes.
Leonora decidió dejar a su marido, aunque hacia ya veinte años que él no le demostraba ni el más mínimo respeto. El se iba a pescar, era lo que le decía a sus hijos, y volvía los lunes, muy fresco.
Se iba con una mujer, con la cual convivía los fines de semana sin ninguna clase de remordimiento, porque así son los hombres.
Ella se quedaba en casa, y así transcurrieron veinte años.
Un día se despertó, y decidió que lo abandonaría. Pero como no tenía lugar adonde trasladarse, ni vivir, siguieron viviendo en las mismas casas, que habían construido para sus hijos. En cuatro terrenos, del barrio de La Loma vivían Marita, la hija mayor de ambos, Benjamín, el del medio, y la chiquita Camila, que nació después de diez años.
Leonora tenía tres hermanos menores que fueron muriendo, a raíz de diversas patologías. Uno de un derrame cerebral, otro de un infarto cardíaco, y el tercero se suicido porque era un alcohólico irrecuperable. Por lo que Leonora contaba con una cantidad de sobrinos a los que no frecuentaba, porque le hacían recordar mucho a sus hermanos, lo cual le resultaba muy doloroso.
Leonora había nacido en Neuquén en un lugar inhóspito, agreste, donde nevaba, y los inviernos eran calamitosos. Por eso le gustó siempre el calor, las plantas, y las flores. Últimamente cuidaba de su jardín con vehemencia.

Sus hijos no le hablaron después de la separación, porque lo que cuenta es tener marido, esposo y llevar una vida organizada según la moral y las buenas costumbres.
Helios, su vecino agudizando el oído, descubrió que ya estaba esperando la muerte, y que ella pensaba que había hecho todo lo que la sociedad necesitaba. Se había reproducido, había tenido tres hijos y ahora tenía cuatro nietos, pero eso no le alcanzaba para poder despertarse todas las mañana vivaz y sedienta de los días por venir.
Así que como aunque sus hijos, vivieran muy cerca no la veían durante el día, empezó a dejar de comer. Nadie lo notó porque era muy delgada, esmirriada con sus ojos verdes con pintitas grandes y expectantes.
Helios golpeó, tocó el timbre en su casa, pero como no contestó, después tocó timbre en la casa de su hija mayor. Los dos fueron a buscarla.
Estaba tendida en la cama con su mejor ropa, su mirada lívida miraba el techo.
Buscaron afanosamente una carta que dijera el motivo de su muerte, pero todos en su corazón sintieron la puñalada mortal de la culpa.

Texto agregado el 13-12-2018, y leído por 94 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
16-12-2018 Triste historia que deja un pensamento juancarlosII
14-12-2018 Es una pena que la ayuda llegó demasiado tarde, y el arrepentimiento de nada sirve en estos casos. Bien definiste la culpa como una puñalada mortal. Para reflexionar. Gracias. Un abrazo. Clorinda
13-12-2018 Una muerte que no debería haber sido, el egoísmo humano es tremendo y la propia familia no advirtió su sufrimiento, solo un extraño se fijó en ella. Tremenda y repetida historia. Magda gmmagdalena
13-12-2018 Qué desamparo y desidia de parte de sus cercanos. sheisan
13-12-2018 Te deja con una sensación... MujerDiosa
 
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