Superado aún me siento por ese manierismo
que respiro al acercarme. Paréceme temblara
el suelo, pero es solo una encrespada
sensación que rosa mi nuca, que me estremece, y no hay quien razone cuando es el tálamo
quien manda. Todo, producto de tu ser
asativo y enroscado, ahogándose en su propia esencia.
Todavía me sorprende tal evento a pesar de las rutinas y convencionalismos que estigmatizan lo cotidiano, que a estas alturas me resulta hermoso.
Estoy a unos centímetros de ti, frágil, esplendente.
De repente se apodera de mí un estado de cianosis inefable, una galerna como dos
mundos me oprime, y tu ferviente cuerpo se resiste a gelarse mullido en sueño blanco.
Clama por unos dedos que le recorran desplazando cualquier resquicio de oscuridad, que levanten ese terciopelo lúgubre que proyectan las sombras; pero mi percebe proceder solo logra que estas se ajusten a cualquier comisura y tu cuerpo se prolonga
como pedúnculo a las sabanas.
Cuanto lamento estas lágrimas, esta distancia. La majada es el único lugar que me espera.
Tranquilo tendré que volver a contemplar en la vasta estepa, la noche inconmensurable, sola, con una conciencia sublevada y vertida en guijarro.
Desenróscate, alarga tu tersa figura, avanza impertérrita pese a todo, libérame del silencio y la soledad. Ven a salvarme, irrumpe no importa, con una mirada tenue, pero dulce, lo suficientemente dulce.
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