Fue cuando nació mi primogénita. Todos habitábamos el departamento heredado por mi abuela, la que se casó con su segundo marido, porque el primero había fallecido a consecuencia de la diabetes (azúcar en la sangre) como se denominaba en esa época.
Ella nació rozagante y feliz, y la puse enseguida a amamantar, pero lloraba en forma constante y rítmica, por lo cual mi abuela la sabia, dijo:
-Tiene hambre
Yo seguía poniéndola en la teta. Así paso una semana. Cuando ya no pudimos mas escuchar su lastimoso llanto, pobre criatura, la lleve al pediatra, que vaticinó:
-No tenes leche.
Así que fui a comprar la fórmula para lactantes de 0 a 6 meses.
Nunca me repuse de no poder amamantar a mi hija, la mayor, hasta que nació mi segundo hijo, al cual tampoco amamanté.
Cuando mi hija eructó por primera vez, fue tal su satisfacción, que tiro abajo dos árboles (jajá), y al fin comprendí lo sabia que fue mi abuela, y que los eructos de una bebé son los sonidos más maravillosos del mundo.