Ah
"Ah”.
Eso fue lo que dijo y cortó.
Ah.
Momentos antes la conversación fluía ágil como un pájaro que se divisa de reojo. Se conocían perfectamente. Podían adivinarse. Modelaban un mundo. Trazaban caminos con el pensamiento. Cada uno visualizaba lo que el otro quería. Siempre es así, la proyección no debiera fallar.
“Ah”.
Esa expresión resonaba en su mente.
Era más que una expresión, la verdad, una onomatopeya. Era una declaración de principios, la forma elegida para desaprobarte, para eliminarte, para decirte “lo siento no puedo continuar más contigo”.
“Ah”.
También era “Pucha, que pena me da, no eres igual que yo, pensé que eras distinto, pero me has defraudado, me siento desolada un poco, pero ya se arreglará”.
“Ah”
Era sobretodo, expresar la diferencia, separar, segregar, elegir no continuar la comunicación por razones que no estaban completamente cercanas a su capacidad de buen entendedor.
“AH- pensó él- “quedaron tantas cosas por decir, quería conversar, crear un espacio, un lugar privilegiado para entender lo que piensas y para ello no importa el sitio, la distancia, la edad, la raza, el idioma o lo que se te ocurra, porque son elementos que se forman, crean o eliminan, en función de la palabra, que todo traspasa, que da vida, que construye y destruye mundos y universos.
“Ah”.
Cuantos universos quedaron desolados, a medio construir, perdieron su vitalidad, se desmoronaron y quedaron tendidos ahí, tras un plañidero y cortante “Ah”, espumoso, penetrante, hiriente, desagradable, pero inmanente, omnipresente.
“Ah”. “Ah. |