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Ceferino Fernández, Pedro Gorospe, Ausencio Honrubia y así hasta que salía yo. Cuando quería salir Juan Zabala- un servidor-, ya andaba pensando en las musarañas y a veces ni me daba siquiera cuenta cuando me nombraban.
Es una característica que me ha acompañado siempre: la del despiste, que otros llaman introversión. Mi mundo era un universo paralelo que de vez en vez confluía con el de los demás.
Y, no obstante, fui promocionando, pues por una de esas muchas casualidades que a veces se dan, me centraba en el conocimiento objetivo. Y así he hecho la vida. Con decir que tengo familia. Que soy padre de familia, por mejor decir.
Empecé a sospechar desde temprana edad. Hoy no albergo ninguna duda sobre ello.
Soy un macarra
Soy un hortera
Voy a toda hostia por la carretera.
No me quito el estribillo de tal canción de la cabeza.
Pero bueno, a lo que iba. Soy un borderline. Más border que line, pero bordeline para la moderna psiquiatría.
Y todo empezó con aquellos interminables listados hasta que me tocaba decir presente. Una vez dije "ausente", y no mentía, por estar, más bien ausente de todo ello, pero había que seguir los protocolos y aunque uno estuviera en la luna en ese momento, había que decir “presente”. A veces de manera extemporánea y a mitad de la lista daba el presente como si tal cosa. Al principio el profesorado se reía de la gracieta; pero llegó el momento en que se les terminó la paciencia. Claro, en aquellos tiempos no había “borderlines”. Había simplemente tipos con buena, y, otros, con mala uva. Ahí terminaban por aquellos años las matizaciones psicológicas . Y uno pertenecía a la segunda categoría. Sin embargo, como teníamos un colegio de cierta prosapia, con psicólogo y todo, me enviaron a hablar con el hombre a ver si era capaz de quitarme aquella manía.
Para nuestras mentes infantiles, un psicólogo era una especie de loco que se encargaba de otros locos para, fundamentalmente, no dejarlos solos. Pues bien, cuando le expliqué mi pertinaz despiste, el hombre- que había estudiado en la Sorbonne, como decía un diploma plantado encima de su cabeza en el despacho, y del que se sentía bastante orgulloso- me hizo un primer diagnóstico englobándome en la categoría de neurasténico.
Sin embargo, a mí lo que más me llamó la atención fue la silla giratoria- la primera que había visto en mi vida- desde la que atendía. Y que le confería- la silla- una dignidad especial. De aquella charleta saqué bastante poco en claro y lo único reseñable para mí, cuando me preguntaban mis compañeros, era la silla sobre la que asentaba el psicólogo, potestad, y, al unísono, posaderas.
El tiempo y la moderna psiquiatría se encargaron del resto, y hoy sé que soy un borderline, un tipo medio asocial que vive en su mundo. Estoy así catalogado. Pero no me importa, porque tengo en el despacho- lo han adivinado- una silla giratoria cojonuda.
Se preguntarán dónde encaja laboralmente un tipo de mis características. Se lo voy a decir: trabajo en el departamento de reclamaciones de unos grandes almacenes. Se ve que se valoraba mucho el estar en las nubes. Y ahí me tienen. Creo que les sale rentable mi especie de afasia.

Texto agregado el 30-11-2018, y leído por 62 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-11-2018 Lo que se cuenta, de cierta forma, es jocoso. Aúnque el final se torna serio. Te felicito. peco
30-11-2018 Un trabajo con buena factura; texto atrapante donde los sentires se entregan de forma fácil al lector. Muy buen trabajo. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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