Lentamente jaló el gatillo; y con aquel estridente escopetazo llegó una malvada sonrisa. Tan solo en pocos segundos, experimentó una placentera mueca, qué posándose dulcemente en los cálidos labios, abrazó su ser.
Reía al ver como el cráneo de su esposo se transformaba en una interminable lluvia de confeti de los más variados colores. Estaba dichosa, pues por fin, después de mucho planearlo finalmente saldría en el noticiario nocturno.