Este es un texto muy antiguo, de hará como unos diez años por lo menos. Lo encontré por ahí olvidado. Ahora quiero compartirlo.
En mil novecientos setenta empezó a aparecer en los puestos de periódicos la colección de libros de la Biblioteca básica Salvat. En ediciones sencillas y económicas, fueron apareciendo muchos libros esenciales, otros no tanto y algunos francamente olvidables. Para el bolsillo del estudiante de escuela Vocacional que era entonces, comprarme alguno de aquellos libritos era un verdadero sacrificio; sin embrago adquirí algunos: Relatos, de Stendhal; La tía Tula, de Unamuno; Antología poética, de Machado; Tiempos y cosas, de Azorín. Éste último, a pesar de mis quince años de esos días, me impactó. Contenía textos reflexivos que encerraban cierta filosofía de un hombre maduro, un tanto extraño y de una sencillez clarificadora en sus palabras, que me deslumbraron.
La colección de libros fue reeditada o sacada nuevamente a la luz muchos años después; vagando por las librerías de viejo de la calle de Donceles en la ciudad de México, en locales de libros de segunda mano, en el callejón de libros aledaño al Palacio de Minería, todavía se pueden encontrar ejemplares de ella. Y de una relectura de “Tiempos y cosas” también de hace muchos años, nació este pequeño texto pretencioso:
Desde hace tiempo
trato de encontrarme.
Me busco fuera y dentro de mí
sin hallarme jamás.
Acaso es un anhelo estúpido
lo que pretendo,
vana ilusión, utopía,
singular locura.
Me he buscado en la tierra,
en el corazón de una flor,
en las raíces de un árbol,
en la solidez de una roca,
entre la levedad de las nubes,
entre los miles de gotas de lluvia
de una furiosa tormenta.
Me sigo buscando
entre mis recuerdos,
en la revoltura que es mi conciencia,
en mis más disparatados sueños...
Nunca me hallo,
Nunca estoy.
¡Mentira,
sé que existo y soy!
Entonces
¿dónde encontrarme?...
Ahora sé por qué
nunca me hallo.
Comprender, es encontrar
la respuesta de un laberíntico acertijo.
La críptica voz de un hombre
(o de una sombra)
me lo ha dicho:
el alma no se ve,
ni se toca,
ni se encuentra.
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