Y llegó la otoñal lluvia de cada año, los atrevidos caminantes son cubiertos por la intensa bruma, “el cielo se está cayendo”, dice una experimentada señora al observar que el mar y el cielo se juntan en un mismo azul. Los pocos ciclistas que serpentean disfrutan su recorrido por el extenso malecón de palmeras de ocho kilómetros.
La dama elegante de paraguas y tacón alto toma sus precauciones al caminar, estoy seguro que los tacones lo hacen bajo protesta, ella afortunadamente pronto llegó a su destino. “Doña Lupe”, vendedora matutina de gorditas y quesadillas de maíz, tendrá una mala mañana. El par de enamorados sentados en una banca se concretan a ver hacia el horizonte, como si allí encontraran respuestas a sus vidas. Un grupo de pescadores protestan al ver izadas las banderas amarillas. La primeriza madre de un inquieto niño que no logra controlar, cuando éste siente esa necesidad de correr, grita desesperada: ¡Emiliano, Emiliano…no corras! Los gritos de aquella madre protectora se pierden en la intensidad de la neblina, Ignora que el niño desde otra perspectiva, disfruta sin preocupación porque sabe que su madre está ahí para cuidarlo.
Festejo el clima y envidio el sentimiento de libertad e independencia momentánea de aquel impaciente niño, quizá de tres años, que siente el placer de correr libremente sin mediar preocupación alguna.