Vericueto de piel estremecida,
que humedece prístina,
la fuente del alma en tu mirar.

Ahora que rompes el respiro
de la sombra silente, no cabe
duda de que esta soledad no es
ya un secreto y aunque
con donosura arquetípica,
triste antinoo de suspiros
que florecen bajo tierra,
te revelas; te sobreviven
ruidos ebrios que musita la cascada,
liberando una a una las gotas
que tejen tu fresca guedeja.

Te supera sin que adviertas,
el arquitrabe frágil de mi
soberana idolatría, entre miedos,
mientras las faltriqueras
de las rocas se ahogan.