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Mi sobrina me llamó diciéndome: Tío quieres ganarte un dinero extra? Necesito que me repartas esto panetones, te doy una lista y tu los llevas. Acepte, me bañé rápido y salí poniéndome el polo al viaje. Bajé la escaleras que dan directo acceso a los cuartos y no vi mi auto, qué raro pensé, luego recordé que mi hermano mayor había puesto el carro en la cochera a solicitud de mi madre y a la urgencia del aviso municipal, que indicaba perentoriamente mover todos los objetos delante de la casa, por que ellos iban a pintar en su decoración anual los predios. Y así lo hicieron, con un color dorado cegante con el cual estucaron todas las casas, quitándoles la distinción individual de cada hogar; todos éramos ahora iguales. Lo impresionante de este pintado, eran las enormes máquinas que pasaban a velocidad, rociaban con spray gigante todo, y si dejaban alguna silla un objeto olvidado también era cubierto con el dorado manto, que luego el ejército de pintores ultiman los detalles como marabuntas. Me dí la vuelta para sacar el auto que ya lo miraba por la ventana de atrás del garaje. Que lata volví a pensar, mi hermano lo había puesto bien al fondo, tendría que remover algunas cosas para sacarlo, bueno me dije manos a la obra. Puse algunas cajas a un lado, jale los cachivaches para que no dificultaran el paso, cuando de pronto, se oyó un grito lastimero de urgencia, me asomé para saber qué pasaba. Cruzando el parque unas personas que intuí después que eran mis amigos cargaban a otra que al igual supe también que era Hildebrando. Corrí. Lo pusimos en el suelo en una posición para que él se vaya relajando, era uno de sus acostumbrados cuadros de epilepsia. Dejemoslo que ya se le pasará, les recomende. Al ver que el tiempo transcurría y no reaccionaba decidimos llevarlo al hospital en mi auto rojo. Velozmente comencé a sacar todos los objetos que interrumpian la salida a Esmeralda (el nombre femenino de mi coche) una vez removido las cosas todavía faltaba sacar una puerta de metal sobrepuesta en tres partes; las moví con un poco de dificultad porque no puedo cargar demasiado peso por mi problema en la columna, me acompañaba la hermana de Hildebrando con otra mujer que no reconocí y a quien la hermana de Hildebrando, le comentaba el gran amigo que era yo, y lo desinteresado y solidario de mi accionar. Casi tropiezo con las hojas de la puerta al querer moverlas, pero lo hice, las puse a un costado para que no estorbaran. Qué, me sorprendí, todavía quedaba un muro de ladrillos que mi padre había construído hace unos meses y que en su estrafalario proceder, le instaló una puerta del mismo material con unas bisagras fuertes de acero que podían resistir el enorme peso de la entrada. Puedo abrir la puerta pensé ya más seguido, pero esmeralda no caverá por ahí, voltee como para recibir un poco de aliento de mis amigas, pero ya no estaban. Entonces caí en el entendimiento que mi hermano mayor introdujo el auto por la enorme puerta de la sala. Crucé por el medio de la casa, y comencé a mover los muebles, no tuve mayor dificultad y al final salí. Tomé rumbo al hospital y en el camino preferí desviarme a la clínica donde yo hago rehabilitación, me dije aquí me ayudaran más rápido. A pesar de ser domingo en los salones del primer piso algunos chicos practicaban artes marciales como terapia de estiramiento y desarticulaciones de los huesos duros. Se acercaron a saludarme y querían que les hiciera algunas demostraciones de llaves que usualmente les enseño, me excuse por el apuro, pero igual el más grande me agarró fuerte de mi brazo no queriendo soltar, giré su brazo sobre su muñeca haciendo palanca y el muchacho salió tirado dando la vuelta en sí mismo y cayendo aparatosamente hacia un lado, sorprendido pero riendose; todos aplaudieron y yo corrí por las escaleras al segundo piso en busca del doctor. Obviamente su consultorio estaba cerrado, era domingo que esperaba. Volví al auto y me dí cuenta que Hildebrando no estaba. En el apuro de llegar al hospital me olvide de él que seguramente estaría tirado en el barrio. Regrese velozmente ya no había nadie solo el resplandeciente color dorado de todas las casas. |
Texto agregado el 25-11-2018, y leído por 67 visitantes. (1 voto)
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